Porque cuando un sistema es cruel, hay que cambiarlo
Se formó en su boca un tapón de silencio sólido, húmedo, afilado,
y las palabras hubieron de retornar a su garganta desangradas en ahogo.
Su mirada, girándose, regresó al interior de sus retinas y la escena
dejó de ser afuera para ser adentro. Mordió las palmas de sus manos con
los dedos y sus dientes se cerraron en un puño. El corazón comenzó a
latirle en el estómago.
Porque calló de pronto, porque la respiración le sabía a bilis,
porque hablar, ver y pensar le dolía y porque comprender le revolvió, se
estaba gestando en ella una activista por los derechos de los animales.
Cuando en su cabeza el miedo dejó de incapacitar su sueño, cuando la
rabia ya no secuestró su cordura y la coherencia triunfó sobre el
egoísmo y la contradicción, la activista había nacido.
Volverán a sus labios la voz y la sonrisa, la alegría lo hará a sus
ojos y el oxígeno a sus pulmones. Volverá a acariciar y a abrazar pero
ya jamàs será la misma. Hay puertas que sólo pueden atravesarse en un
sentido, y hay habitaciones de las que uno promete no salir hasta haber
conseguido abrir todas las ventanas.
La fuerza que infunden la compasión y la empatía es infinitamente
mayor que la que otorgan el desprecio y la crueldad. No hay mejor razón
para la lucha que la inocencia ni arma más temible para defenderla que
la razón. No son la gratitud del que salvamos ni el dinero la recompensa
más valiosa sino contemplar cómo se aleja, tal vez sin mirarnos, para
ser otra vez dueño de su vida y de su libertad.
Gracias, compañeras y compañeros. Sois héroes, de los que no albergan
conciencia de serlo y de los que no buscan la fama ni tienen un precio.
Héroes de verdad.
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