La nueva Ley de Caza de Castilla-La Mancha permite ir armados a niños de 14 años y utilizar trampas para matar perros y gatos.
En España no tenemos una Asociación Nacional del
Rifle, como en Estados Unidos, pero sí disponemos de una Asociación
Nacional del Arma, que representa mayoritariamente a cazadores, y de una
Real Federación Española de Caza. En España no contamos con un Charlton
Heston pero sí con un Juan Quílez Tarazona, presidente de dicha
Federación. En España no se le pone un subfusil UZI en las manos a una
cría en un campo de tiro pero se les hace entrega a los críos de
escopetas o rifles de caza en el monte. En España no muere un instructor
de tiro de un balazo accidental de su alumno en la cabeza, aquí lo
hacen hijos, padres, amigos de cazadores o simples paseantes que fueron
abatidos por su “extremo parecido” con un jabalí o una liebre.
Hace muy pocos meses, el monitor de armas Charles Vacca falleció por un
disparo del arma automática de su alumna, una niña de nueve años, en la
galería exterior de tiro de una hamburguesería, mientras los padres de
la menor grababan toda la escena. Bullets and Burgers (Balas y
Hamburguesas), se anuncia como un local para celebrar la mejor fiesta de
cumpleaños. En un mismo espacio y en una misma tarde, una misma
criatura puede desenvolver un precioso peluche como primer regalo de su
octavo aniversario, y después, como segundo, disparar unas cuantas
ráfagas con una ametralladora Browning. Que nadie se asombre, y si lo
hacemos mostremos coherencia, porque si aquello nos parece una
aberración seamos igual de rigurosos para la versión made in Spain, más
de tinto, migas y orujo en la tasca, pero con escopeta al hombro el padre y escopeta al hombro ese hijo que todavía no acabó la ESO.
Ya, probablemente el chaval aquí se bebería un par de Fantas, pero
seguramente la cría de Arizona se había comido su hamburguesa con Coca
Cola. ¿Ven diferencia?, yo apenas. Veo mucha, mucha más, entre un cerdo
salvaje y un señor que pasaba por allí.
Comparto
asombro y dolor por cómo se fomenta en EEUU la peligrosísima cultura de
las balas incluso entre los más pequeños, pero al leer los comentarios
de articulistas y lectores a aquel suceso en medios de comunicación de
nuestro país, no puedo menos que sentir arcadas por el cinismo y la
doble moral que aprecio, y es que nuestro ombligo español está lleno de
sangre y nuestros gatillos de dedos infantiles españoles que no disparan
a una diana o a botes por deporte, sino a animales por diversión y a
personas por equivocación. En España, cada año,
según datos de Mutuasport, hay una media de 25 muertos y de 2.500
heridos por disparos derivados de la caza.
No podemos calificarlos de accidentes sino de la consecuencia lógica y bastante probable de poner un arma en manos de alguien a quien le excita matar.
Sí, ya sé que un cazador no sale un domingo por la mañana al monte con
la idea de pegarle un tiro a un ciclista porque tenía una pinta de
conejo que tiraba para atrás y, claro, se confundió, para después
colgárselo del zurrón y hacerse un selfie para el foro de mundocaza.com,
pero el caso es que sus inclinaciones, mate a un zorro a propósito o a
su sobrino en un descuido, son indudables. Así que tal vez habría que
preguntarse qué tipo de reconocimientos físicos y psíquicos pasa esta
gente, comprobada esa querencia a disparar primero e identificar
después, porque si aprietan el gatillo inmediatamente al ver movimiento
es que no están capacitados mentalmente, y si confunden a una joven
corriendo en chándal con una perdiz entonces la tara es visual. En
cualquier caso, tara ética es siempre.
Pero
regresemos a los niños y a su vinculación a esta sangrienta actividad.
Ya sabemos que los cazadores, que desean críos inteligentes, supeditan
esa racionalidad a dejar de creer en los cuentos infantiles. Ellos lo
denominan “superar el síndrome de Bambi”, que consiste, según los
escopeteros, en humanizar a los animales de otras especies y sentir
empatía hacia ellos. Así que parece que argumentar
que están dotados de sistema nervioso central y que padecen dolor, o
explicar que también sienten miedo, es para esta suerte de
psicoanalistas sin título y matachines por vocación querer convertirlos
en humanos. Uno se pregunta si será la exposición prolongada a
los decibelios de las detonaciones o al olor de la pólvora lo que les
atrofia el entendimiento de tal modo. Los escopeteros, que sólo quieren
niños listos, dicen, nos prefieren a los adultos idiotas porque así,
alienados o engañados, sin capacidad de reflexión, es como nos
necesitan, como les convenimos. Cuanto más cortos, ignorantes y
despistados, menos les molestamos.
Y, a juzgar por los hechos, sus deseos se hacen realidad a menudo. Programas como el de ‘Cazador por un día’,
organizado por la Federación de Caza de Castilla y León, y pagados los
303.000 euros que costó por la Consejería de Medio Ambiente de esa
Comunidad, así lo atestiguan. No sólo por la desfachatez de los
políticos subvencionando y fomentando la violencia como asignatura
transversal en la formación de los niños de 7 a 12 años, sino también
por la de los directores de centros y profesores con su connivencia. Y
lo que es más triste y degradante, con la de aquellos padres encantados
de que sus hijos asistan a esas clases dickensianas.
Pero es que hay más saldo de plomo y vísceras para los chavales: la nueva Ley de Caza de Castilla La Mancha dice que podrán ir armados los niños de 14 años.
Y como es muy extraño que las canalladas oficiales, aprovechando su
parto en el Boletín Oficial de turno, no sean trillizas, quintillizas o
más, esta viene acompañada del permiso para utilizar trampas y para
matar perros y gatos. Sí, han leído bien: perros y gatos.
En un país donde caza la realeza y el ministraje, donde el corrupterio (léase,
a modo de ejemplo, Blesa o Granados) es tan aficionado a coleccionar
apropiaciones indebidas como cabezas de venado -¿harán descuento en
cartuchos si se pagan con tarjetas black?-, no será fácil terminar con
esta afición a matar por matar, pero hay dos realidades indiscutibles
que apuntan a que ese será el desenlace, lento pero inexorable: el
primero es que el número de licencias de caza decrece año tras año, y
eso significa que cada vez le divierte a menos gente reventarle las entrañas a un animal de un disparo y rematarlo a cuchilladas.
La otra es que en los países donde se ha prohibido la caza, como por
ejemplo República Dominicana, Holanda o Costa Rica, los conejos no se
han comido a las señoras, los jabalíes a los ancianos ni las perdices
picoteado la cabeza a los niños.
Seguro que en la
posguerra, gracias a la caza, no pocas familias, sobre todo de zonas
rurales, pudiesen comer, pero eso, su práctica por subsistencia, dejó de
ser necesaria hace mucho tiempo, y tampoco es una actividad reguladora
de especies. En esos lugares ya sin caza el equilibrio ecológico es
perfecto, y el ético mucho mejor que en el nuestro, donde la actividad
cinegética tiene varias consecuencias, todas ellas nefastas. He aquí
algunas:
Furtivismo (entre otros, hueveros,
carniceros, fareros, huroneros o buscadores de trofeos, esos que en el
mismo lugar donde matan al animal le cortan la cabeza, se la llevan y
dejan allí el cuerpo decapitado); mafias cinegéticas, como la
desmantelada en la ‘Operación Bambi’ y en la que, por cierto, estaban
involucrados banderilleros y toreros; salida de animales de su entorno
habitual en búsqueda de alimento; perros abandonados, tiroteados,
ahogados o ahorcados; caza de especies protegidas (urogallo cantábrico,
lince ibérico, quebrantahuesos etc.); contaminación por plomo;
incendios; la muerte de unos treinta millones de animales al año en
España, la agonía de muchos de ellos incluso durante días, su
mutilación, crías que sucumben finalmente de hambre esperando el regreso
de su madre abatida ( la Comunidad de Castilla y
León autoriza la caza de corzas en la época en la que están preñadas o
amamantando a sus corcinos en un llamado “descaste de hembras”);
y esos dos millares y medio de humanos heridos y dos docenas y media de
humanos muertos por ¿accidentes? de caza. El último, un profesor
malagueño de buceo, de 49 años, el pasado día de Navidad. El hombre
pasaba unos días con unos familiares en Casavieja (Ávila) y salió esa
mañana a recoger setas. Regresó a Málaga muerto de un disparo en la
espalda. La explicación del cazador fue que el perro le señaló su
posición.
Y ahora, si se atreve, salga mañana al
monte a dar un paseo, aunque mi consejo es que se quede en casa porque
el monte es de los cazadores. Y no sólo el monte. ¿Sabe que en mi
tierra, en la comarca do Morrazo, estos Rambos de
4x4 y Decathlon remataron en la playa a un jabalí al que habían herido
previamente en el soto y al que persiguieron hasta la arena? ¿Sabe que
en esa misma playa, enclavada en zona urbana, A Xunta de Galicia les autorizó a matar a jabatos,
hablamos de crías, que se habían refugiado allí varios días después de
que esos escopeteros, pertenecientes a la sociedad canguesa de caza,
hubiesen abatido a sus padres?
Cuando la pasión es
matar, la sangre que se verterá puede ser de cualquiera, y el cuerpo del
que la derramó lo mismo quedar tendido al pie de un árbol que junto al
mar.