martes, 10 de junio de 2014

A las cinco de la tarde copularon fascismo y violencia


Lo más vergonzoso, lo más doloroso, lo más cutre y casposo de España, se dieron cita ayer a las cinco de la tarde en la Plaza de Las Ventas.
A las cinco de la tarde...

No había en las “esquinas grupos de silencio” ni “trajo ningún niño la sábana blanca”. No se “cubrió la plaza de yodo” ni “un ataúd con ruedas fue una cama”. No, ayer, “a nadie le quemaban las heridas como soles” porque no era un hombre al que “de lejos se le acercaba la gangrena”. Ayer, “a las cinco en todos los relojes, a las cinco en sombra de la tarde” no era el Ignacio Sánchez Mejías de turno que entró en el ruedo madrileño a matar quien moría, sino al que condenaron a muerte el que temblaba de pánico y soledad antes de hacerlo y el que después, sin dejar de temblar, lo hacía. Ayer, tampoco había en los tendidos un poeta para llorar al asesinado, pero sí disponían de un reyezuelo indecente para ensalzar al asesino. Y los méritos del que sólo sabe rimar sus dos primeros apellidos son heredar de un dictador, mentir, disparar a su hermano, a elefantes, a leopardos o a osos borrachos, y sabe también legar, a otro como él, lo que nunca se trabajó, lo que nunca se ganó, y lo que nunca mereció, aunque en la boca de los serviles el mejor preparado sea aquel que jamás pasó pruebas de selección, que jamás pagó sus estudios y que jamás cumplió los plazos para otros inexcusables de su escalafón.

Ayer, Julián López, El Juli, en Las Ventas, antes de torturar a un toro, antes de mutilarlo y antes de ponerse de puntillas junto a su cuerpo agonizante, pronunció las siguientes palabras mirando al parásito más caro y estomagante de la reciente historia de España: “Majestad, por ayer, por hoy y por siempre, por dignificar nuestra fiesta”. El niño que mataba animales por diversión le estaba brindando un crimen al monarca al que le se la pone dura contemplarlos y cometerlos. Ya, ya lo sé, crímenes legales (de momento).

Y ese rey sonríe y saluda al verdugo, porque le gusta. José Ignacio Wert e Ignacio González aplauden, porque les gusta. Desde la grada llega una ovación, porque también les gusta. El toro es la única criatura dentro de ese ruedo al que no le gusta porque tiene un inmenso miedo, un miedo que no le importa a los canallas y que probablemente negarán. ¿Asco?, ese nadie lo demuestra allí. El asco está fuera de esa plaza.

Asco por unos sádicos que en ella son héroes. Asco por un fascista convertido en su baluarte en unos medios que miden su adulación en páginas. Asco por unos políticos cortesanos y rastreros que riegan la violencia con dinero público y al violento más ilustre con sus babas, el mismo al que de vez en cuando le regalan viajes para que mate y pabellones de caza para que cuelgue las cabezas de sus muertos. Y asco por un público que admira al sádico, que rinde pleitesía al regio vividor, que agradece su prevaricación moral a los babosos y siente un orgasmo cuando al toro se le juntan en un último estertor el terror, el dolor y la sangre.

No, lo que ayer ocurrió en el interior de la Plaza de Las Ventas no es la España real, pero ninguno de los que juran que el toreo es el segundo espectáculo de masas y que la monarquía es demandada por prácticamente la totalidad de la sociedad, tendrán la ética y el pudor de someter a referéndum vinculante ni la continuidad de la tauromaquia ni la de la monarquía, porque saben que unos y otros son residuales. Además de residuos.

Ayer, a las cinco en punto de la tarde, no puso “la muerte huevos en la herida”, fueron la vergüenza, la cobardía y el despotismo quienes depositaron larvas en la conciencia de unos ciudadanos a los que les producen nauseas vuestra miserable “MarcaEspaña.

Julio Ortega Fraile
@JOrtegaFr

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