Hoy se lleva a cabo en Benavente (Zamora) el llamado Toro
Enmaromado, un festejo denunciado desde hace años por el maltrato animal
que conlleva.
La entidad animalista ATEA solicitó al alcalde de Benavente que indultara a Bonarillo,
el Toro Enmaromado 2014. La prensa local recogió la noticia y abrió una
encuesta: la mayoría de quienes han votado optaron por la compasión.
¿Está cambiando algo en la [rocosa] mentalidad española?
Los
espectáculos basados en el acoso público a animales inocentes generan
ciertas preguntas: ¿Qué clase de educación estamos dando a nuestros
niños? ¿Merecen sus ejecutores atención sanitaria (pagada por todos)
cuando “pierden” una lid que solo ellos promovieron?
Decididos de antemano lugar y fecha, solo faltaba por concretar la víctima propiciatoria. Es Bonarilloquien
hoy será acosado por las calles de Benavente (Zamora), y ejecutado
después con pulcra legalidad en el matadero local. Como antes lo fueron Cortador, Dibujante o Manzanero.
Sus acólitos defienden la tradición
(¿quién duda de que en efecto lo es?) con el recurrente argumento de
que al toro no se le mata en la vía pública –como sí sucede en otros
lugares patrios–; de que no se le “agrede”; de que, en consecuencia, “se
le respeta”. Porque algunos se han empeñado en detectar la agresión y la violencia
únicamente en el castigo físico, lacerante y cruento. Como si separar a
un mamífero de su familia, trasladarlo a un escenario desconocido y
soltarlo ante el gentío vociferante no fuera una agresión en toda regla.
Pero no nos engañemos: se trata de los mismos que acuden raudos y
quejicas al cuartel de la Guardia Civil a denunciar el robo de su
cartera (quizá no tanto por la documentación y el dinero cuanto por la
foto firmada del Ronaldo ese), o al administrador del bloque en cuanto
aparece una pintada sobre su buzón, el consabido hijoputa con
rotulador indeleble. Mucho me temo que hablamos de los mismos que no
aceptarían que el tipo del tricornio les espetase entonces que “al fin y al cabo, no hay agresión física por medio”, y que “robos y gamberradas pictóricas las ha habido siempre, por lo que bien pueden considerarse costumbres ancestrales”.
Los mismos que no reservan la menor pega a las clásicas corridas, ni
regalan crítica alguna al Toro de la Vega, tan cercano en lo geográfico y
en lo moral.
Y no lo hacen porque en realidad sus
“argumentos” son apenas groseros disfraces de “excusas”, o diríamos más
bien “coartadas”. De hecho, ni siquiera es cierto eso de que al animal,
por defecto, no lo ejecutan in situ y ante una turbamulta de espectadores, muchos de ellos niños (ahora voy con ello). A veces pasa. Le sucedió a Manzanero,
por ejemplo, hace tres años, cuando misteriosamente se rompió la maroma
nada más salir del chiquero. Apareció ante las cámaras con el horror
marcado a fuego en sus ojitos de cristal, y tuvieron que amarrarlo a lo
bruto al primer ejemplar de mobiliario urbano que encontraron: una
farola.
Hasta la presentadora de cierto informativo oficial reconocía en directo la cara de sufrimiento del pobre animal. A la hora del matarile
tuvieron la delicadeza, eso sí, de montar a su alrededor un “cordón
estético” de plástico azul, en lo más parecido a una morgue improvisada y
cutre. ¡Dios mío, qué santísimo país el que nos ha tocado en desgracia!
Por eso quiero dejar aquí un par de reflexiones ajenas al hecho en sí
de la letal agresión a Bonarillo y compañía; porque uno está ya un poco fatigado de la matraca de la crueldad, de la injusticia y de la barbarie que acompañan a ciertos espectáculos. Si de verdad portamos en los genes un ápice de la célebre racionalidad, eso se da por supuesto.
REFLEXIÓN PRIMERA. Los niños de Benavente esperan ansiosos año tras año la emocionante fiesta del Toro Enmaromado ,
y todo establecimiento que se precie exhibe orgulloso en el escaparate
la fotografía del morlaco de turno, posando desconcertado para la
posteridad, presidida la imagen por su poético nombre y el de la
ganadería. Imagino a los niños de Benavente dibujando en clase
tambaleantes borreguitos y gatos jugando con ovillos de lana. Muchos
habrán garabateado ya a Bonarillo como regalo a mamá en su festejado Día. Y quizás haya asado esta un cordero para el clan,
y el pequeño se chupará los dedos sin establecer el menor vínculo entre
plato y dibujo. Y acabarán pareciéndose a sus mayores, incapaces por
igual aquéllos de vincular maroma y sufrimiento. Los niños de Benavente asisten emocionados a una clase práctica,
e incluso viste uno camiseta solidaria a favor de un tal Iván,
seguramente otro pequeño de su edad al que golpeó la vida con una de
esas malditas enfermedades raras. Debería considerarse crueldad hacia
los niños según qué modelos educativos.
REFLEXIÓN SEGUNDA. Los heridos
por las [razonables] embestidas del toro se evacúan de inmediato en la
consabida ambulancia. Y me pregunto yo ahora por qué no rechazan amables
tal ayuda, mostrando con ello la valentía que se supone a todo amante
de semejantes festejos. ¡Que exijan ellos mismos ser dejados junto a la
talanquera, con la camisa desgarrada y quizás un boquete en el costado,
por ver si en el cara a cara con Bonarillo triunfan o fracasan!
Ni aun así quedaría justificada tamaña agresión, unilateral y gratuita,
pero al menos se mostraría el escenario coherente con el pelaje moral de
sus promotores. ¡Que al susodicho paisano le abandonen allí, con la
cabeza abierta y en pleno vahído, a su suerte, como de hecho dejarán a
su suerte poco después a Bonarillo en su dictaminado final, solo
que a este le espera el matarife en su puesto de trabajo: ¡nada que ver!
Entiendo que, como mínimo, los gastos sanitarios ocasionados por la
atención a los heridos deberían serles exigidos a estos –y a tocateja–,
pues nadie les obligó a estar allí en tan particular jornada. Se me
abren las carnes solo de pensar que algunos conciudadanos deben esperar
meses a ser operados (si llegan), mientras otros son atendidos de
inmediato para reparar las heridas de una batalla a la que fueron por
necedad propia.
Una entidad animalista solicitó formalmente al alcalde el indulto de Bonarillo,
y explicaba en su carta que “indulto” no es desde luego la expresión
adecuada, pues el animal, que se sepa, no ha cometido falta alguna como
para que se le conceda el perdón. Hasta el momento, la contestación
brilla por su ausencia. Pero a la prensa local se le ocurrió la
brillante idea de una encuesta… ¡y hete aquí que la mayoría de los votantes se decanta por la piedad! ¡Sorpresas te da la vida!
Bonarillo, el Toro Enmaromado
de Benavente, como cualquier vaquilla anónima de la más mísera alquería
ibérica, engrosa ya, cuando acaso todavía disfruta de sus encinas y de
sus amigos de manada, la sórdida lista de lo que bien podrían
denominarse Crímenes de Lesa Animalidad. Porque a ver si nos vamos
enterando de que el sufrimiento es siempre sufrimiento,
sea este vacuno, felino o humano, y de que su mera indeseabilidad por
parte de la víctima debería ser el principal y único criterio que guíe
nuestra conducta.
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