Toreros que visitan colegios, programas de televisión pública que
fomentan la tauromaquia entre los jóvenes, escuelas taurinas que se
promocionan en institutos de enseñanza secundaria: estas son algunas de
las consecuencia del Plan Estratégico Nacional de Fomento y Protección
de la Tauromaquia (PENTAURO).
José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y Deporte, fue su promotor. Aguirre o Cospedal, sus principales apoyos en el PP, empeñado en resucitar como Marca España el agónico espectáculo de los toros.
El PSOE de Andalucía defiende los toros a través de la presidenta de la Junta, Susana Díaz.
Varios toreros fueron invitados a la proclamación de Felipe VI.
José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y Deporte, fue su promotor. Aguirre o Cospedal, sus principales apoyos en el PP, empeñado en resucitar como Marca España el agónico espectáculo de los toros.
El PSOE de Andalucía defiende los toros a través de la presidenta de la Junta, Susana Díaz.
Varios toreros fueron invitados a la proclamación de Felipe VI.
Lo que se dé a los niños, los niños lo darán a la sociedad (Karl A. Menninger)
Son las nueve de la mañana en una clase de sexto de primaria de un colegio de Castilla-La Mancha,
uno cualquiera. El profesor se dirige a sus alumnos: “Niñas, niños, hoy
os tenemos preparada una sorpresa. Nos visita un hombre que va a
contarnos muchas cosas acerca de su trabajo, una profesión apasionante y
arriesgada que hará que más de una y uno sintáis envidia. Por favor,
recibidle con un aplauso...”. Se abre la puerta y entra Juan José Padilla, o David Fandila “El Fandi” , o Julián López “El Juli” (¿qué más da el nombre si a todos ellos iguala el color rojo ajeno de sus manos?)
Durante dos horas los chavales ven, tocan y aprenden
(¿aprenden?) acerca de capotes, banderillas, estoques o suertes, todo
ello explicado por quien, utilizándolos para confundir, torturar y
acabar con la vida de un toro, los exhibe como arte, cultura, heroísmo y
defensa de los toros. Sí, digo defensa, porque los toreros juran amar
al toro más que nadie, lo de ensañarse con él hasta matarlo no es
significativo en su discurso.
El doctor en Física Jorge Wagensberg también sostuvo algunos de esos instrumentos en sus manos en el Parlament de Catalunya
y habló sobre ellos durante la ILP por la abolición, pero lo hizo
detallando cuál era su verdadera función. Y las manchas de sangre en
esos elementos durante la lidia real hacen que sean mucho más creíbles
las palabras, terriblemente duras, en boca del científico, que la
poesía, insoportablemente cínica, en la boca del torero.
Los críos observan en un proyector imágenes formato cómic de toros contentos
en los camiones y en los cajones, de toros orgullosos en la plaza, de
toros que sonríen al morir, de toros que tal vez estén dibujados en
bolsas de pipas o en páginas para niños. Animales que al fin nada tienen
que ver con esos de carne, hueso y sistema nervioso central que
chorrean en la arena dolor por sus heridas y pánico por sus miradas,
efectos científicamente descritos por el veterinario y presidente de
AVATMA, José Enrique Zaldívar, en su intervención en la Comisión de Medio Ambiente en el Congreso de los Diputados, así como en otros muchos foros.
En un suelo sin sangre, en un encerado sin heridas, entre las paredes
de un aula sin lamentos, resulta sencillo disimular la brutalidad y
hasta disfrazar de gesta la violencia; sobre todo, si quienes escuchan
son niños. Dime, profesor de una mañana y matador de mil tardes,
¿podrías engañar también a esos pequeños en la plaza? ¿Qué les contarías
allí de las patas dobladas del animal, de sus estertores, de sus
vómitos de sangre? ¿Le dibujarías, mientras agoniza en la arena, una
sonrisa con una tiza para seguir jurando a los niños que ese toro es
feliz?
No hay aberración sin su correspondiente explicación
¿Qué hacer cuando no existe relevo generacional para la comisión y la afición a la crueldad? Pues, por ejemplo, meterle propaganda y dinero con estrategia de adultos y mentalidad infantil. Dinero para las escuelas taurinas, como esa de Guadalajara en la que se descubrieron menores con fracturas de mandíbula o clavícula. O para subvencionar las gradas y abonos para jóvenes y estudiantes, como en la feria de Bilbao. Propaganda en las aulas, de las que luego saldrán niños con una duda: ¿por qué a un toro sí y a un gato no?
Y puede que, incapaz de resolverla, entre ellos haya alguno que
protagonice episodios como los que leemos de vez en cuando en los
medios: un perro quemado vivo, un gatito con la columna vertebral
partida, una burra con un palo ensartado en su vagina o la vaquilla de Alhaurín, a la que un grupo de jóvenes mató a garrotazos, patadas, retorciéndole el cuello. A veces, la otra mitad de la empatía selectiva es la crueldad selectiva. Que el Comité de los Derechos del Niño de la ONU declarase hace unos meses en sus conclusiones
ser partidario de una prohibición de la participación de los menores
como toreros o asistentes en las corridas, instando a los países a
adoptar medidas de sensibilización sobre la violencia asociada a este
espectáculo y su posible impacto en los niños, no es algo relevante para
gobernantes y taurinos.
Lo expuesto es sólo una
consecuencia más de la firme apuesta del Gobierno del Partido Popular
por la tauromaquia a la que, desde el principio de su legislatura, ha
otorgado todo su apoyo moral y económico. PENTAURO es parte esencial de
esa apuesta. Se trata del Plan Estratégico Nacional de Fomento y Protección de la Tauromaquia, aprobado en diciembre de 2013 y dentro de la regulación de la tauromaquia como Patrimonio Cultural.
En él se habla de calidad, de fomento o de competitividad, términos muy
apropiados al referirse a un negocio sin violencia o al arte sin
sufrimiento, pero estremecedores al hacerlo sobre el favor gubernamental
a la tortura y la ejecución de un animal plenamente capaz de sentir
miedo y dolor.
Este Plan también llevaba en su hoja
de ruta la idea de que las corridas fueran declaradas Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, propuesta que acabó, como no
podía ser de otro modo, en un fiasco, porque aunque el PP sí ha
conseguido declararlo Bien de Interés Cultural en algunos lugares, en
cuanto la cuestión trasciende a la cuadrilla que se fuma puros ante la
violencia, o muestra sacando pecho y paquete las orejas amputadas a una
víctima todavía agonizante, les frenan el paseíllo triunfal. La
universalidad geográfica y social de la tauromaquia es casposamente
provinciana y endogámica.
Todo este entramado para
administrar un suero (muy caro) a un paciente moribundo (al que se
empeñan en mantener vivo como John Doe a su víctima en Seven)
parte de los mismos políticos que decidieron recortes del 28,8% en la
educación secundaria o del 62,5% en la universitaria, mientras el
Ministerio de Educación y Cultura anunciaba la extensión de ayudas de
acción y promoción cultural, socioeconómica y medioambiental para la
tauromaquia y asociaciones ligadas a ella. No parecen sentirse en modo
algunos avergonzados por los informes PISA,
que en 2014 vuelve a advertir de un nuevo descenso en el nivel de los
alumnos españoles en matemáticas, ciencias, comprensión lectora y
habilidades prácticas, muy por debajo de la media de los países de la
OCDE. Pero qué más dará eso mientras los chavales conozcan qué es un
estoque, la suerte de varas o una chicuelina, ¿verdad? Del sufrimiento
del animal no hace falta que sepan tanto.
Parte también de un Gobierno que instituyó la Comisión de Asuntos Taurinos
dentro la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, al
tiempo que rechazaba la creación de nuevas plazas escolares aduciendo un
excesivo gasto para las administraciones correspondientes. Que mantuvo y
estableció nuevos premios en metálico a la tauromaquia,
en algún caso con una cuantía superior al Nacional de Literatura. Que
desprecia la realidad reflejada en una encuesta de Sigma Dos de 2012: un
82% de los españoles no estaba de acuerdo con financiar festejos
taurinos (ahora son todavía más) pero sí apoyaba el mantenimiento y
aumento de ayudas a partidas para Investigación, Educación, Cultura o
Dependencia.
Y suma y sigue, sin límite, como tampoco
lo tiene en su chulería, en su torpeza y en su adicción a la violencia
en los ruedos el principal baluarte legislativo de la tauromaquia en
España, el ministro peor valorado de la historia reciente: José Ignacio
Wert. Y además un ignorante en su prepotencia, lo volvió a demostrar
cuando dijo: “ Soy como un toro bravo, me crezco con el castigo”.
Tanto defender la lidia y todavía desconoce que el toro es un herbívoro
pacífico que huye del combate y que, cuando planta cara, como lo hace
una gacela -¿también son bravas?-, es porque se siente acorralado o
agotado, porque no hay más salida. Como haría usted, como haría yo, si
varios energúmenos nos estuviesen clavando picas, banderillas y espadas.
Un ministro en permanente idilio con el entorno taurino, algo que se
aprecia en el comienzo de esta carta que le dirigió la Mesa del Toro
hace ahora un año:
Excmo. Sr. Ministro de Cultura:
Hemos
recibido con enorme satisfacción tanto los profesionales taurinos, como
todos aquellos que amamos la cultura en todas sus formas de creación
de belleza, no sólo la incorporación de la tauromaquia al Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte. Si no, que sabemos valorar el especial
interés y entrega, que el Sr. Ministro está poniendo de manifiesto en
estos momentos difíciles que atraviesa España, a favor de la Fiesta
como una de las mayores y mejores aportaciones de nuestro país al acervo
cultural de nacional e internacional.
El torero Enrique Ponce dijo ante Wert
en una de las reuniones que mantuvieron: "Debemos conseguir un
espectáculo moderno, cercano y asequible. La tauromaquia no entiende de
política. La cultura solo entiende de libertad". ¿Moderno?: admitir que
el toro sufre (ciencia); que no ha nacido para eso (cordura y justicia);
que la especie o las dehesas no desaparecerán si no hay corridas
(etología y ecología); que prohibir es lo más sano que existe cuando el
acto que se prohíbe es insano (progreso, evolución); que no he de hacer a
otros lo que no quiero para mí (empatía); o que no podemos educar a los
niños dando por lícito ningún tipo de violencia (pedagogía, decencia,
respeto, igualdad). Admitir todo eso sí que es modernidad. Negarlo es
primitivismo cognitivo y ético.
Sí, Ponce, la cultura
entiende de libertad, pero esa libertad no es aplicable cuando en
nombre de la cultura se ejerce la agresión extrema y sañuda con un
animal. También es cultura el acervo de conocimientos y costumbres de un
grupo social o de una época, y, si no llega a ser por las
prohibiciones, las calles seguirían siendo escenario de infinidad de
crímenes culturales. Cuando en España la policía ha irrumpido en lugares
donde se estaban celebrando peleas de perros, hemos podido escuchar de
boca de sus organizadores argumentos muy similares a los empleados por
los taurinos.
Esto debe de ser lo que esta gente llama Marca España,
esa que nos dicen que debemos pasear orgullosos dentro y fuera de
nuestro país, mientras tantas veces hemos visto cómo muchos de los
turistas que llevan engañados a Las Ventas salen de la plaza entre
lágrimas y arcadas tras el primer toro. Asco, mucho asco. Y vergüenza,
tardes y más tardes de vergüenza. Por cierto, por tanto nombrar al PP
como partido en el Gobierno, que nadie piense que eximo de responsabilidad en todo este asunto, que la tiene y mucha, al PSOE. Y no son los únicos.
No es realista pensar que todo ser humano alcanzará el desarrollo moral
de Martin Luther King o de Gandhi, pero sí es ineludible que dotemos a
todos los niños de los principios que les puedan permitir llegar a
obtenerlo, en vez de hacer añicos a lanzadas, estocadas, disparos, palos
o pedradas sus neuronas espejo.
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