miércoles, 9 de julio de 2014

Las cuentas del especismo

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Matar es caro, economías basadas en la esclavitud están destinadas a empobrecer a los estados.

             En tiempos de crisis y de ahorro en las Arcas Públicas de los dispendios superfluos, no parece descabellado descubrir las sangrías devastadoras que el dominio de nuestra especie contra las demás especies animales provoca en detrimento del bienestar social. El desperdicio de enormes cantidades de dinero destinado al paquete de la Agricultura, por ejemplo. Desde luego las ayudas a ganaderia son aplastantemente mas abundantes que las destinadas a cultivos dirigidos a alimentar directamente a la población humana. Dicho rápido: la tierra es explotada para alimentar a las esclavas no humanas.

            Son miles. De millones. De euros. Los que España quema en la hoguera ritual del especismo. Cada año. Matando personas no humanas nos endeudamos cada día más con el planeta y sobretodo con las arcas del Estado. Matar es caro. Una economía antiespecista daría más trabajo a la gente y costaría menos al erario.

            Matar es caro. Dilapidamos miles de millones de euros haciendo nacer, engordando y asesinando a cientos de millones de personas anualmente. Tiramos el dinero por ejemplo en promoción de la caza y las subvenciones recibidas igual por una seńora regordeta de Soria, una cacique de Badajoz o financiando a una ladrona de la Zarzuela. Prodigamos prescindibles desembolsos por ejemplo con los cientos de millones de euros que destinamos a la psicopatía taurófoba, justificándolo al aludir el turismo del toro, una masa ansiosa de flamenco, vino y cuernos, que visita las playas del sexo y los comas etílicos ibéricos al tiempo que comprueban el medioevo bárbaro de las corridas y pensando mientras vomitan de asco que el tiempo se detuvo en algún punto de los Pirineos. Malogramos el dinero permitiendo que leyes de libre mercado incentiven el comercio de personas mal llamadas "mascotas", un porcentaje suntuoso de las cuales invariablemente acabarán en los mal llamados "albergues" de la peninsula, campos de concentración y exterminio que cuesta mantener en concepto de alimentación, asistencia veterinaria, instalaciones... Incluso las muertes cuestan dinero, envenenando a los juguetes vivos cuando cometen el pecado de ser feas, viejas o "inadoptables". Nadie nace mascota como nadie nace esclava, son inventos de nuestra megalomanía.

            Quemamos billetes en concepto de abono de pérdidas a pescadoras, piscifactorias, plantas de procesado de animales marinos, en oficios además cada vez más industrializados, donde menos gente trabaja porque inmensas megaciudades flotantes rastrillan los fondos de los oceanos para satisfacer el paladar de la población. ¿Tradición o capricho?

            Tiramos a la basura millones de euros en tratamientos hospitalarios a personas humanas con enfermedades derivadas del consumo de productos robados a personas no humanas. La lista es larga, no aburriré. En Estados Unidos la asociación PETA postulaba por un impuesto específico que tasara el consumo de carne, el llamado tax meat pretendía ser aplicado en los comercios con objeto de equiparar el precio irrisorio actual de la carne con su precio real, considerando en tal incremento el dispenso derivado de la profunda huella ecológica que cada kilo de carne cuesta al medio ambiente, así como el coste social en concepto de subvenciones, pérdidas o accidentes en el sector, cargadas a la economía de los gobiernos, y las cuales son religiosamente abonadas de forma participativa y obligatoria por todas las contribuyentes, veganas, vegetarianas, omnivoras o carnivoras, sin distinción. Viva la democracia. Sin duda alguna esta medida reduciría el consumo de carne en los estados que las aplicaran, pero de ningún modo solventaria el especismo. Siempre es mejor la prohibición de la carne de cualquier animal.

            El dinero que no vemos no sólamente se lo reparten las políticas, los bancos, el ejército o la Casa Irreal -con la nueva parasita investida-, sino que alimenta los millones de estómagos que serán despanzurrados para una sociedad adicta al asesinato barato. La carne es barata porque externalizamos los costes injustamente.

Desde aquí propondría la objeción fiscal al especismo, del mismo modo que no quiero que mi porcentaje de los impuestos financie a la Iglesia ni a la Monarquía, exijo que no se maten animales con mi dinero.

            Hay quien acusa de totalitarismo la prohibición de la carne y de pretender cohartar la libertad de asesinar -tan tradicional y arraigada-, pero cabría referir la ingente masa de casos históricos en los que, para construir la civilización, ha sido preciso el uso de medidas coercitivas legales y punitivas para combatir ciertas prácticas de sangre. De otro modo en un mundo donde nada estuviera prohibido, no haria falta prohibir la violación de mujeres, por ejemplo, porque bastaria con desaconsejarla, ni perseguir a las abusadoras de niñas o a las caníbales, porque bastaría con señalarlas por la calle.

            El mundo se mueve por el dinero, hemos permitido eso, estamos hasta las cejas enfangadas en universos de cifras y cuentas, la casi totalidad de los males provienen del concepto del dinero, de su acumulación y del poder que otorga. Jamás en la historia han sido asesinadas tantas personas no humanas como ahora, y no porque seamos más, sino porque hay más dinero que nunca. Las medidas económicas son las más revolucionarias.

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