El ciclista Pedro Jesús López-Toribio realizó en agosto una gesta
deportiva: recorrer de un tirón el Camino de Santiago, de Roncesvalles a
Santiago de Compostela. Con una equipación en la que se leía NO COMO
ANIMALES, este otro Perico pedaleó sin parar esos 780
kilómetros durante más de 40 horas para cumplir con un reto: demostrar
que se puede estar en plena forma siendo vegano, es decir, sin consumir
productos de procedencia animal.
Ruth Toledano
- Pedro Jesús López-Toribio
Es capaz de superar con su bici los repechos más
infernales, pero no puede evitar las lágrimas al recordar el infierno
por el que pasó Elegido, el toro linchado hace unos días en Tordesillas.
Pedro Jesús López-Toribio, ciclista de 41 años, vegano por ética
animalista y medioambiental, es todo piernas y, más que nada, corazón.
En esta entrevista nos cuenta sus motivaciones y sus hitos deportivos, que también ha recogido, por ejemplo, TV Animalista.
Publicamos también, a continuación, su propio relato del Camino de Santiago.
¿Cómo surge la idea de hacer así el Camino de Santiago?
Surge en una conversación con Alberto Peláez Serrano,
corredor a pie de montaña, vegano. Es un campeón y siempre sube al
podio a recoger el trofeo con su camiseta de NO COMO ANIMALES. Él ha
sido mi inspiración. Íbamos a hacerlo juntos, pero él logró plaza para
competir en la Ultra Trail del Mont Blanc, una de las carreras a pie más
duras de Europa. Me quedé solo para llevar a cabo nuestro reto, pero a
mí ya se me había metido entre ceja y ceja.
¿Cuál era el objetivo de ese reto?
Derribar los mitos infundados sobre la alimentación vegana: que los
veganos estamos débiles, que nos faltan proteínas y nutrientes, que nos
vamos muriendo por las esquinas. Mostrar al mundo que eso no es cierto y
que una alimentación vegana, equilibrada como lo debe ser cualquier
alimentación, nos da mucha fortaleza y una energía, además, mucho más
lineal. Quería plantear una reflexión sobre cuestiones que muchas
personas no han pensado pero han dado por buenas, hacerles ver que todo
lo que nos han contado respecto a la alimentación no es verdad, que
todos los tabúes sobre el veganismo y la alimentación vegana no son
ciertos. Quiero ayudar a la gente a derribar esos mitos, a que se animen
a probar, a cambiar o, al menos, a reflexionar.
Roncesvalles-Santiago de Compostela sin bajar de la bici es una prueba
durísima, que en ocasiones le habrá llevado al límite de sus fuerzas.
¿En algún momento se planteó abandonar?
No.
Tuve dos momentos críticos. Uno, al final de la primera noche. Estábamos
en Logroño y tuve que soportar una diferencia de temperatura que había
bajado en la noche a 10,5 grado y por el día subió a 39. Con cansancio y
sueño, esa diferencia de 29 grados mina bastante. Después, a la salida
de Pamplona, me falló el GPS e hice 10 kilómetros más. Y en Ponferrada,
tras pasar el puerto de El Manzanal, me forcé a comer, pues con tanto
esfuerzo ya me costaba, y el sistema digestivo se me resintió. Además,
en Logroño dirección Burgos me encontré casi un huracán de cara. Pero
nunca tuve dudas de continuar. Me impulsaron siempre los sin voz, los
animales. Eché un pedal detrás de otro por ellos, y por el orgullo de
tanta gente que me estaba apoyando a través de las redes sociales. En
las últimas horas el cansancio y el sueño me comían, pero físicamente me
he encontrado genial, aunque Galicia fue durísimo, pues no tiene un
metro llano y se me echó una segunda noche encima. Me dieron alas
también las personas que me estaban esperando en la plaza del Obradoiro.
En las redes sociales lo seguían miles de personas.
Fue increíble, siempre me acompañó esa fuerza. Mis piernas eran como
dos bielas a las que impulsaba toda esa gente. No puedo describir esa
emoción.
Las personas veganas
estamos sometidas al escrutinio permanente de los demás, y una
demostración de fuerza como la suya representaba a mucha gente. Pero,
principalmente, a los que usted se refiere como “los sin voz”, los
animales. ¿Pensaba sobre la bici que su enorme esfuerzo podía ser de
ayuda para ellos?
No solo durante el reto,
sino a lo largo de toda la temporada, mientras me preparaba. Han sido 11
meses con 13.000 kilómetros detrás de entrenamiento, natación, carrera a
pie, gimnasio… Y cada día he pensado en ellos. Es imposible cuantificar
los resultados, solo pretendía que el mío fuera un granito más en la
arena de esa playa que cada persona, en el formato que le es posible,
está creando para que cada vez haya menos dolor, menos sufrimiento,
menos infierno para ellos, para que el mundo vaya cambiando, siendo cada
uno de nosotros el cambio que queremos ver. Todos podemos hacer algo si
queremos un mundo más justo. Hay que luchar por ello.
¿Iba acompañado durante el Camino?
Sí, llevaba un coche de apoyo con tres amigos que me iban dando comida y
bebida, apoyo técnico (como cuando tuve que cambiar la rueda porque se
me rompió), y apoyo moral: me ponían en la ventanilla carteles de ánimo
para que siguiera empujando. Han sido imprescindibles para mí, sin ellos
esto no habría sido posible: Mari Jose, Elena y Pepe.
¿No durmió nada en esas 40 horas?
No. En Galicia, en uno de esos interminables repechos, empecé a hablar
conmigo mismo para que no se me cerraran los ojos. Mi convicción era
incombustible a pesar del cansancio físico y del sueño. Y para comer
paré muy poco tiempo, para que no me bajaran los biorritmos.
Para llevar a cabo ese enorme esfuerzo, ¿ha necesitado algún tipo de
suplemento alimenticio extra por el hecho de ser vegano, o la
alimentación vegana no solo es sana para cualquier persona sino también
para un deportista extremo?
Lo único que
tomo por precaución en B12, aunque ya tomo alimentos enriquecidos con
esa vitamina. La tomo como la podría tomar cualquier persona que no sea
vegana, pues hay muchos estudios que demuestran que es muy frecuente la
deficiencia de esa vitamina, que no siempre se obtiene como se da por
hecho. Intento llevar una alimentación variada y no me obsesiono con
ello a diario, ni hago ciclos ni nada parecido. Simplemente, trato de
mantener una alimentación completa. Y sabrosa, que es otro de los
prejuicios sobre la alimentación vegana: los veganos no comemos solo un
hoja de lechuga con un chorrito de aceite, como demuestran fantásticos
cocineros y portales de gastronomía vegana, como Dimensión Vegana.
Puede ser un placer para los sentidos comer 100% vegetal, sin crueldad,
opresión y muerte de millones de animales cada día, y cuidando la
sostenibilidad de un planeta al que, a este ritmo, no le queda demasiado
tiempo. Si no cambiamos el mundo por ética, habrá que hacerlo por pura
sostenibilidad y por las repercusiones que este sistema de producción y
consumo tiene para el Tercer Mundo.
¿Cómo fue su proceso al veganismo?
Pasé por un periodo de ovolactovegetarianismo, pero en cuanto me enteré
de los horrores de la industria ovoláctea deseché también esos
productos. Era un camino a mitad de recorrer, que no tenía sentido, pues
lo que me movía era la ética. He ido avanzando en información, en
crecimiento, enterándome de lo que hay detrás de la industria
alimentaria.
¿Desde cuándo practica deporte?
Me ha gustado practicar deporte desde pequeño, sobre todo fútbol. Pero a
los 18 años me enganchó la bici de carretera y ahí sigo, dando pedales.
Estuve federado, pero a mí no me gusta competir sino conmigo mismo, y
para ser profesional hay que tener una genética privilegiada. Soy un
enamorado del ciclismo y he seguido como aficionado. Los últimos años
han sido los más serios, rondando los 15.000 kilómetros al año. Llevo
cinco años siendo vegano y si realmente tuviera deficiencias
nutricionales ese esfuerzo me estaría ocasionando graves problemas
físicos, más allá de que no habría alcanzado el reto que acometí en el
Camino de Santiago. La linealidad de lo que llevo haciendo durante estos
años demuestra que esta alimentación incluso me ha hecho dar un salto
de calidad. Mi techo deportivo, lejos de mantenerse en un nivel o
decaer, está subiendo. Voy cumpliendo años y, sin embargo, ese techo
crece. Noto mejoras en muchos sentidos, mi recuperación es buenísima y
tanto física como espiritualmente me siento fantástico. El cambio es
descomunal y es de lo que más orgulloso me siento en mi vida: haber
abierto los ojos, haber sido capaz de reflexionar y de hacer ese clic.
Lo mejor de mi vida, sin duda.
¿Qué otras subidas importantes ha realizado con la bici?
Ya como vegano, hice Murcia-Madrid con mi club, 434 kilómetros. Fue una
epopeya que he superado en solitario con entrenamientos de 500
kilómetros para el Camino de Santiago. En 2011, con otros dos
compañeros, hice en Asturias un reto al que llamamos “el Everest”, que
consistió en acumular durante 22 horas los desniveles del Everest
subiendo 11 puertos. Incluso, acumulamos 20 kilómetros más: 8.868
metros. Una experiencia maravillosa porque a mí lo que me gusta es subir
puertos, y Asturias es preciosa. También he corrido en los Alpes suizos
la Alpen Brevet Platinum, que se considera la marcha cicloturista más
dura de Europa, pues tiene 275 kilometros, 7.000 metros de desnivel y se
suben 4 puertos fuera de categoría y 1 de primera. Fui el primer
español en llegar a meta, con más de una hora de diferencia sobre el
segundo. La marcha de mi vida. He participado en muchas otras marchas
cicloturistas, porque la disciplina de la bici que más me gusta es el
ultrafondo. He subido casi todo Alicante, Jaén, Granada, y también he
subido el Teide, aunque entonces todavía no era vegano.
¿Puede hablarnos de otros deportistas veganos?
Somos muchos, no solo yo. Entre otros, Alberto Peláez Serrano, Fran Godoy (que hace carrera a pie), Marcos Nuñez, Eneko Llanos (que hace, precisamente, Ironman, un ganador). En cuanto a deportistas famosos, está Fiona Oakes, que es vegana y campeona del mundo de maratón, y recomiendo conocer porque es un referente. También las hermanas Williams,
tenistas. Solo hay que ver su descomunal potencia física para
cuestionarse el mito de la proteína animal. Y alguien tan mítico como el
velocista Carl Lewis
también era vegano. Pruebas vivas de que no solo es posible sino que es
mejor. Para mí ha sido un salto de calidad, he mejorado. Una dieta 100%
vegetal evita muchas enfermedades que conlleva la ingesta de animales y
sus productos, como la arterioesclerosis, la diabetes, la orteoporosis,
enfermedades cardiovasculares etc.
¿Ayuda a los animales de alguna otra manera, aparte del deporte?
Sí. Difundo el veganismo cada día a través de las redes sociales.
Interactúo en el plano individual, de manera constructiva, con la gente
con la que me voy encontrando. Doy charlas sobre veganismo en Murcia y
otros lugares, para tratar de ayudar a la gente a que haga ese cambio o,
al menos, a que lo piense. Y también soy mentor en el programa del
Santuario Gaia llamado “ Veganízate con Gaia”.
Invito a cualquier persona interesada a que escriba al correo
vegan@santuariogaia.org, donde se le podrá asignar un mentor y,
gratuitamente, vía email, se le ayudará a despejar sus dudas y se le
ofrecerá información sobre salud, ética, cuestiones medioambientales
relacionadas con la industria carnista, etc. Es un programa maravilloso
que está funcionando muy bien y con el que estamos ayudando a muchísima
gente. Incluso hay lista de espera. También, en la medida de mis
posibilidades, ayudo económicamente a santuarios y refugios. Los
santuarios necesitan mucha ayuda, pues muchos tenemos una conexión
fuerte con perros y gatos, pero hay otros animales que son olvidados,
aunque también son sintientes e indefensos, y están muy necesitados. Hay
que arrimar el hombro ahí.
¿Tiene previsto algún otro reto?
En 2015 voy a tratar de atravesar los Pirineos de este a oeste, desde las inmediaciones de Perpignan hasta San Juan de Luz. Y tengo en la cabeza el Ironman,
ya lo he hablado con mi entrenador Nunca he hecho triatlón y tengo que
prepararme para correr y nadar, que no son mis deportes. Pero quiero que
un vegano lo haga, si no lo ha hecho ya. Lo que quiero es seguir en
esta línea. Viendo la repercusión que ha tenido, pienso que es una
ventana fantástica para difundir el veganismo, para hacer que alguna
persona revise su disco duro, donde tenemos ideas profundamente
arraigadas desde la cuna. He aunado mis dos pasiones: los animales no
humanos y el ciclismo.
¿Cuál sería su mensaje final?
Estamos en la era de la información, también soportada por
bibliografía, así que invito a todo el mundo a que se informe. Tenemos
que romper nuestro estatus mental y abandonar el derrotismo, pues cada
persona que cambia es un triunfo, una batalla ganada. El cambio es
individual y todos sumamos.
167 mil pedaladas por los sin voz
Por Pedro Jesús López-Toribio
Aproximadamente esas pedaladas fueron las que di durante las 40 horas y
media que duró este proyecto en forma de reto deportivo que me planteé a
principio de temporada.
Creo que hay mucha gente (quizá más de la que pensamos) que necesita,
merece e incluso pide (a veces sin pedir) ayuda para reflexionar y
replantearse cosas que jamás se replantearon. Vivimos en un statu quo de
explotación, horror y muerte que retroalimentamos con nuestros actos
cotidianos, a costa de otros seres sintientes, tan inocentes e
indefensos como nuestros perros y gatos, a los que tanto queremos,
protegemos y cuidamos. Sin embargo, salir de esa incoherencia no suele
ser tarea fácil, dado que tenemos inoculado en nuestro disco duro este
modo de vida desde que estamos en la cuna, de generación en generación,
tan enraizado, tan arraigado, que nos cuesta (a unos más que a otros)
intentar liberarnos de esas cadenas, empujados además a no pensar, a no
sentir, a avergonzarnos y señalar con el dedo a quien intenta salir del
rebaño, por unas sociedades basadas en el “pobrepensamiento”, enseñados,
adoctrinados para creer sin razonar, para dar por buenas cosas que
jamás pusimos siquiera en cuarentena antes de dogmatizarlas sin más.
Creo que el mundo está cambiando. No se si es el hecho de que las
generaciones jóvenes se van haciendo notar, y que otras que vienen de
tiempos más rancios y caducos van quedando atrás progresivamente; un
poco de cada, supongo. Mi percepción, al menos, es que cada vez hay más
librepensadores que están dispuestos a ser ellos el cambio que desean
ver en el mundo, parafraseando una de las célebres citas del gran
Mahatma Gandhi, en lugar de seguir esperando que el cambio sea el de al
lado. No sé si llegaremos a tiempo de salvar al mundo y, con ello, a sus
habitantes no humanos, e incluso a evitar fagocitarnos a nosotros
mismos (raciocinio, le llaman) con el halo de destrucción que dejamos
allá por donde pasa nuestra especie. Pero al menos tenemos que andar el
camino sin ahogarnos en la preocupación de si lo conseguiremos o no.
En este marco, creo que hay mucha gente que está conectando,
despertando de este estado de hibernación ética en el que nos hemos
dejado sumir. Personas que están empezando a darse cuenta de que se
impone una filosofía de vida basada en la justicia, en el respeto a la
vida, en la empatía, en la compasión por quien está o puede estar a
merced de nuestros actos.
Cada día más y más personas se plantean si es correcto continuar en
este estilo de vida basado en el horror y en la muerte de otros. Pienso
que ya hay una conciencia bastante generalizada acerca de preocuparse en
no utilizar productos testados en animales no humanos, en no financiar
con el pago de una entrada a empresas que se lucran haciendo del horror,
la tortura y la esclavitud a otros seres en zoos, circos, delfinarios,
etc., un negocio basado en un “espectáculo” denigrante, humillante y
vergonzoso. Cada vez somos más conscientes de que podemos abrigarnos e
ir a la moda sin infligir sufrimiento y muerte a otros. Pero creo que es
en la alimentación donde a la gente le cuesta mucho más, porque, como
decía antes, es donde más nos han adoctrinado para hacernos creer a pie
juntillas que debemos comer productos animales para no enfermar e
incluso morir. Productos procedentes de una industria del horror y la
muerte inimaginable para nuestros sentidos, que además es la que más
vidas se cobra con diferencia, miles de millones a diario. En este
sentido, creo que tenemos que ayudar, cada uno en sus circunstancias y
en el marco que mejor domine, a desterrar esos mitos infundados.
Y es ahí donde cobra sentido este reto que planeé, para intentar
mostrar que, lejos de las falacias repetidas una y mil veces para tratar
de convertirlas en verdad, los veganos somos personas saludables, algo
que de otro modo imposibilitaría acometer con éxito algo así. Si tan
cierto fuera que nos faltan nutrientes, que nos faltan las tan afamadas
como manoseadas proteínas, ¿sería posible recorrer más de 800 kilómetros
en algo más de 40 horas sin dormir ni descansar?: la respuesta se me
antoja bastante obvia. Mi ilusión y el fundamento de todo esto es que
quien esté preparado para recoger el mensaje, lo haga y, sobre todo, más
pronto que tarde, lo ponga en valor.
Y así, tras más de 13 mil kilómetros de entrenamientos en carretera
este año, además de sesiones de gimnasio, mountain bike, natación,
carrera a pie, senderismo, rodillo, etc., llegaba el tan ansiado día 10
de agosto, ese momento donde detrás del que se escondían cientos y
cientos de horas de trabajo y de sudor ilusionado en ayudar a cambiar
las cosas.
Rondándome en mi coche de apoyo, un maravilloso equipo de tres
personas: Mari Jose, Elena y Pepe, que no cesaron en todo momento de
darme ánimos, bebida, alimento, soporte mecánico cuando aparecieron las
averías. Sin ellos no hubiera sido posible.
En una aventura tan larga es probabilísticamente imposible que no
aparezcan los problemas, y ya finalizado todo puedo decir que eso hace
que sienta aún mayor orgullo al haberlos superado. Al mismo tiempo, es
como si fuera una metáfora, como el remar contra la marea con la que los
veganos estamos acostumbrados a luchar a menudo.
Empecé muy tenso, con el peso de la responsabilidad de todo ese trabajo
que tenía que plasmar en ese día y medio, y sabedor al mismo tiempo de
que mucha gente estaba pendiente de mí y había depositado su confianza,
su cariño, aliento y apoyo en mi propuesta. Bajaba los descensos tieso
como un palo los primeros kilómetros, hasta que, por fin, tras 20 o 30
kilómetros, se impuso que consiguiera ir soltándome poco a poco. Me
perdí a mi paso por las calles de Pamplona y acabé dando vueltas en la
ciudad para salir en dirección correcta hacia Logroño. Dejar de comerme
el tarro tras ese episodio, sabiendo que había gastado energías
tontamente haciendo kilómetros extra y sabiendo lo que me quedaba por
delante, no fue tarea fácil.
En Logroño me recibieron 39,5ºC de temperatura y una salida de la
ciudad que fue mucho más allá de lo surreal: una vía de servicio de la
autovía Logroño-Burgos que de asfalto se convirtió en pista de tierra, y
de pista de tierra se convirtió en un infierno: zanjas, arena, piedras
enormes en cuestas desproporcionadas. La frase “¿que hago yo aquí?” no
dejaba de rondarme la cabeza en esos momentos. Seguir adelante por allí
fue tirar una moneda al aire, sabiendo que si me caía y me hacía daño
todo habría acabado, y que desandar todo eso en esas condiciones
buscando otra salida correcta hacia Burgos sería (de nuevo) hacer más
kilómetros de los que ya eran de por sí. Por fin, aquel calvario terminó
a la salida de unos huertos y enganchamos la carretera otra vez, con
viento fuerte de cara y con ligera pendiente ascendente. El temido
viento que anunciaban las previsiones no faltó a su cita. Por suerte, me
lo tomé con filosofía, confiando en las previsiones que también decían
que, conforme se acercara la noche, iría rolando de componente oeste a
nordeste, algo que felizmente se cumplió, y así inauguré el sector
nocturno con ánimos y mucha entereza física, pensando que el amanecer me
esperaba más o menos a la altura de León. No obstante, también me
esperaban 10ºC de temperatura que hicieron que el frío se fuera
apoderando de mí, ya tras 24 horas de esfuerzo.
Más adelante, tras pasar Astorga, apareció el puerto de El Manzanal,
que no creía tan largo como en realidad es. Asfalto irregular y
parcheado, de ese que hace que la bici no ruede bien, y viento de cara
de nuevo, lo que, siendo un puerto bastante abierto, se hizo notar. Subí
el puerto con la chaquetilla puesta, ya que no conseguía entrar en
calor, algo que no suele ser nunca buen presagio. Llegar arriba, lejos
de ser el fin de un suplicio, se convirtió en el primer directo a la
mandíbula que me encontré: el GPS de mi bici dice adiós para no volver, y
al empezar el descenso hace lo propio el núcleo de mi rueda trasera.
Por suerte, había echado mi otro juego de ruedas de repuesto en el coche
y proseguimos, aunque el frío, el cansancio que ya empezaba a decir
seriamente aquí estoy yo, los problemas ya para ingerir alimento... todo
ello empieza a hacer mella. Al terminar el descenso a nuestra llegada a
Ponferrada, paro para intentar comer pero ya solo me entra un poco de
pasta con tomate, soja texturizada y especias. Quizá todo lo anterior
unido hace que por un momento me pregunte cómo voy a subir Piedrafita. Y
por unos instantes me derrumbo y me pongo a llorar. Tras recomponerme y
cambiarme la equipación usada por una limpia de repuesto, continúo,
pensando en un “kilómetro a kilómetro” al estilo Cholo Simeone, y
empiezo Piedrafita, tan largo como El Manzanal (26 kilómetros). Justo en
esos momentos, en los que tan jodido iba en general, y en particular
por la pérdida de mi GPS, Mari Jose me saca un cartel por la ventanilla
del coche que dice “Tu fuerza es mejor que la tecnología”, lo que me
emociona muchísimo y al mismo tiempo me espolea.
Piedrafita es un puerto muy extraño porque te hace subir para luego
conducirte al fondo de un valle que te obliga otra vez a mirar hacia
arriba para ver dónde tienes que acabar por subir. Me puse en modo
piloto automático, pensando solo en echar una pedalada detrás de otra,
sin desesperarme ni comerme el tarro, pensando que cuando estuviera
arriba ya todo lo peor habría acabado. Error garrafal, nada más lejos de
la realidad.
Cuando llegamos arriba, el Camino de Santiago en dirección hacia
Triacastela te hace ir bordeando una especie de circo que te obliga a ir
subiendo otros tres puertos cortos alrededor del mismo. Era la seña de
identidad de que acababa de entrar en Galicia. Tras salir de allí me
encontré con lo inimaginable: una sucesión de innumerables cotas de 2-3
kilómetros cada una, bastante duras la mayoría. “A ciegas”, ya sin mi
GPS, no podía saber lo que me esperaba por delante, y la primera docena
de subidas las hice maldiciendo y jurando en arameo, pensando cuándo
acabaría semejante tortura, mientras la noche me caía encima de nuevo,
algo que pensé que no ocurriría cuando al amanecer de ese día le quité
las luces a la bici. Me tuve que ver colocándoselas de nuevo cuando cayó
la noche.
Aparece mi buen amigo Carlos entre Triacastela y Sarria, nos damos un
abrazo enorme. Verle fue algo increíble y sin duda me infundió unos
ánimos que no puedo describir con palabras.
Desde Ponferrada no había vuelto a comer porque solo pensar en ello me
daban ganas de vomitar, e incluso ya no tenía ganas de beber, y tan solo
pegué algún trago de los míticos cafés-bomba de Pepe, que me daban algo
de chispilla.
A partir de ese momento decidí liberarme de toda esa negatividad, fruto
del cansancio que a esas alturas ya me devoraba, y fue así como
conseguí entrar en un estado zen donde me convertí en una especie de
autómata con dos bielas por piernas. La oscuridad me rodeó, el coche de
apoyo me pasaba en las bajadas y se iba a esperarme arriba en las
subidas, y allí me quedaba yo solo, con la única visión del circulo de
luz de la linterna de mi bici y la silueta del horizonte que se dibujaba
en las nuevas montañas que una y otra vez aparecían delante, ayudada
esa visión por mi amiga la luna. Hubo un momento en que cerré por
espacio de cinco segundos los ojos en una de las subidas, y fue una
sensación muy desagradable, así que me esforcé en no volver a hacerlo.
Allí solo, en la oscuridad, en medio de esos bosques gallegos, me ponía
a divagar, a veces cantaba, a veces hablaba en voz alta, en un estado
de semi-delirio pero con la convicción inquebrantable de que lo iba a
hacer, de que iba a llegar, sabiendo que ni el peor de mis momentos era
comparable a ninguno del que tienen que sufrir los seres por los que
estaba luchando en este reto. Parecía que los kilómetros no pasaban pero
ya todo daba igual: lo iba a conseguir. Pensaba todo el tiempo en los
sin voz, y también en la gente que me estaba esperando en Obradoiro, y
en todos los amigos que tanto cariño y apoyo me han dado en las redes
sociales. Imposible fallar, literalmente. Llegar o morir.
Y al fin llegamos a Santiago. Tras alguna vuelta que otra sin
aclararnos muy bien de por dónde paraba la Plaza del Obradoiro, al fin
la encontramos. Mi equipo mete el coche en un parking y, mientras se van
hacia la plaza, me siento en un banco y miro al cielo besando el anillo
de mi madre. “Lo he hecho, mamá, lo he conseguido”. La estrella que
estaba mirando centellea y pienso que me has guiñado un ojo. Siempre me
cuidas, mamá.
No podía llorar. Tantas veces he recreado este momento en los
entrenamientos y lloraba solo de imaginarlo, y cuando llegó el momento,
agotado por el cansancio y el sueño, no me salían las lágrimas. Tan solo
afloraron un poco cuando en una casi solitaria Plaza del Obradoiro, la
docena de corazones que estoicamente habían estado allí aguantando el
frío que a la 1:30 de la madrugada ya hacía allí, se pusieron a
aplaudirme y vitorearme.
Y así acaba esta historia. Yo no soy un personaje público, ni un
deportista famoso, y por tanto se que esto no alcanza a tener la
repercusión que tienen las últimas declaraciones de Belén Esteban o el
último amorío de cualquier otra celebrity. Pero me gustaría que a quien
alcance esta historia, por favor piense que ese trozo de carne en su
plato, ese queso, ese vaso de leche, esos huevos, tienen detrás una
historia de horror insufrible de alguien que sintió, que amó, que
querría haber podido luchar por su vida como nosotros lucharíamos si
alguien nos fuera a quitar la nuestra, pero en cambio vivió horrorizado
su corta existencia y murió de la misma forma.
Basta ya, por favor, basta ya. No necesitamos que un corazón muera para que el nuestro siga latiendo.
Go vegan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario