Incluso muchos que se llaman cristianos han olvidado que Jesús de
Nazaret fue vegetariano, como Buda, Confucio, Lao-tsé, Sócrates,
Tolstoi, Einstein, Gandhi y muchos otros considerados modelos
humanos.Todos ellos enseñaron y practicaron el amor, el respeto y
derecho a la vida de todos los seres
En este año pródigo como ninguno en manifestaciones y protestas
contra el gobierno de sordos de este país tampoco faltaron las
concentraciones frente a los ayuntamientos de media España con carteles
y representaciones contrarias a la barbarie de las corridas de toros
–que este Gobierno de cavernícolas llama “bien cultural”- y a las
diversas formar en que inocentes y hermosos animales son torturados
para diversión de personas de la generación de los “Picapiedra”. ¿Qué
dijo nuestra televisión pública, tan premiada por supuesta calidad de
sus informativos? Ni media palabra. También para los siervos de los
informativos “la tortura es cultura”.
A pesar de las posturas y silencios oficiales, cada vez con mayor
frecuencia encontramos actividades y manifestaciones contra la
violencia hacia el mundo animal. Ahora el código penal califica como
delito el maltrato a los animales de compañía. Claro es que los
legisladores tienen que proteger a sus mascotas. Esos, bueno, son
síntomas de civilización, pero qué limitados. Extrañamente quedan
excluidos de esa protección los toros y todas las especies consideradas
animal-alimento, tratadas como simples objetos de diversión o consumo
para satisfacción de humanos. Al fin y al cabo, ¿quién va a tener como
mascota un mihura o una oveja para pasear? También, por desgracia,
quedan excluidos de ser penalizados los que experimentan con animales en
sórdidos laboratorios y los cazadores, que matan por perversa
diversión y hasta con cínicas excusas de un pretendido ecologismo, muy
útil para los dueños de cotos de caza y negocios afines.
La muerte como negocio forma parte de una misma barbarie organizada
en beneficio de distintos tipos de bárbaros: desde matadores de toros a
matadores de hombres en guerras, ajusticiamientos, o a los animales en
mataderos públicos o laboratorios. Distintos argumentos, grados,
medios, o distinto alcance, pero para las distintas víctimas la muerte
es la muerte. Y ¿quién tiene derecho sobre la vida, sino su Creador, que
no es precisamente ninguno de los verdugos?
Dando un paso más hacia lo repugnante en el mundo de la alimentación cárnica se pretende ahora utilizar la carne de animales clonados.
Los inventores de este desaguisado quieren hacernos creer que mejora a
las especies naturales de las que procede, y así piensan vender más
cara la carne de los pobres animales manipulados genéticamente y cuyos
genes alterados interactuarán con los de quien los coma, con sus
correspondientes efectos sobre la salud.
Manifestarse contra la alimentación cárnica encuentra, sin embargo,
dos poderosos opositores. En primer lugar los propios consumidores, que
no alcanzan a sentir en su corazón que comerse un animal es comer un
cadáver animal en proceso de descomposición a la vez que a una criatura
inocente, que siente emociones parecidas a las de quien se come su
carne, y que sufre cautiverio y tormentos indecibles mientras vive en
horrendos establos, jaulas o pocilgas, cuando lo trasladan, mientras
espera su turno para la muerte viendo y sintiendo morir a sus
congéneres, y sintiendo en sí mismos el stress del miedo cuando le
llega el turno de morir. Ese sufrimiento queda impregnado a nivel
energético en cada célula de la carne que se consume en hogares y
restaurantes. Sufrimiento, por un lado, y cantidades de anabolizantes,
antibióticos, tranquilizantes, y vaya usted a saber qué otras
sustancias, así como piensos de origen también animal dados a herbívoros
que originó la enfermedad llamada de las “vacas locas”, se ingieren
con el cadáver aderezado al gusto de los comensales como si fuese un
manjar exquisito para el paladar.
Con el pescado, pasa parecido. ¿Han visto el estado de los mares?
Ahora son inmensas cloacas y cada vez más despobladas. Saben que en los
océanos se vierten cantidades ingentes de productos tóxicos de todo tipo
y van a parar cantidades gigantescas de desechos humanos y basuras,
plásticos y muchas cosas más. Por ejemplo, desechos nucleares. Y no me
refiero únicamente al efecto contaminador de Fukushima–extensible por
el océano- Saben que existen bidones cargados de basura atómica de
diversa procedencia que con el tiempo se abren haciendo que su contenido
entre en contacto con el agua y los animales que luego encontramos en
las pescaderías. Y no ignoran los millones de toneladas de hidrocarburos
de petroleros que se hunden en todas partes.
El mundo de los negocios cárnicos mueve ingentes cantidades de
dinero. En su conjunto, el mundo de la economía, las finanzas, la
tecnología y las investigaciones científicas, aliados entre sí han
perdido la noción del límite – la de la moral hace ya mucho más tiempo-
y cada uno a su modo, y en unión de otros semejantes van en caída
libre, por lo que antes o después se derrumbará su castillo de naipes
y de paso el mundo supuestamente civilizado en que vivimos. No
nuestro Planeta, sino lo que no le pertenece y perturba tanto a él como
a quienes lo habitamos: nuestra basura vertida sobre él llamada
civilización material.
La ambición y la codicia que ponen en peligro a nuestra propia
especie, unidos a la violencia entre personas y naciones y contra el
mundo animal, ¿acaso son síntomas de civilización?
También muchos de los que en occidente se llaman cristianos han
olvidado que Jesús de Nazaret fue vegetariano, como lo fueron Buda,
Confucio, Lao Tse, Sócrates, Tolstoi, Einstein, Gandhi y muchos otros.
Todos ellos enseñaron y practicaron el amor, el respeto y derecho a la vida de todos los seres sin distinción alguna.
¿Cuándo escucharemos el grito silencioso del animal muerto que
esconde un filete? Una visita a un matadero de tan solo cinco minutos
es suficiente para captar “ese” olor ambiental que llamaría el olor de
la muerte, más convincente que el mejor de los discursos por el
respeto a la vida animal, cuanto más si se presencia en directo cómo
los matan.
Dejar poco a poco de consumir carne y pescado y respetar su vida sin
fanatismos será un síntoma muy importante de civilización en nuestra
especie, sobre todo si se acompaña de sentimientos de respeto entre
nosotros, los de nuestra misma especie. Por suerte para nosotros, y de
paso para el mundo animal, somos capaces de conseguir todo eso. No
estaría mal incluir algo de eso entre las propuestas de cambio que se
suelen hacer al final de cada año.