Este blog, El caballo de Nietzsche, ha recibido una donación
anónima de 4.000 euros para su apoyo y mantenimiento. Profundamente
agradecido, el equipo al completo ha estado de acuerdo en transferir ese
dinero a ocho santuarios que en España dan una segunda oportunidad de
vida a animales procedentes de toda clase de explotación y maltrato. Nos
acercamos a esos santuarios para conocerlos mejor y difundir su labor,
basada en el respeto y la empatía.
El caballo de Nietzsche
Animales que se escapan del matadero, abandonados en
cunetas, sacados de contenedores de basura. O regalos en una rifa entre
empleados de una oficina, como la cerda Magdalena... Las víctimas de
los casos más estremecedores de maltrato conviven en perfecta armonía en
los santuarios.
¿Habéis visto alguna vez a una vaca
jugar con una pelota gigante? ¿A una oca tan cariñosa como un perro
saludando a su cuidadora? Quizá os sorprenda saber que una cabra y un
cerdo pueden ser los mejores amigos, o que algunas ovejas caminan con la
ayuda de ruedas.
Un santuario de animales no es un
lugar religioso, aunque el respeto por el prójimo sea la norma y no la
excepción. Tampoco es una reserva donde la especie y su supervivencia
importan más que el individuo. Un santuario de animales es un espacio
donde todos ellos son respetados por ser quienes son. Su vida, su
felicidad y su bienestar son lo primero.
La misión de
un santuario es sencilla: dar refugio a los animales más oprimidos. No
podemos rescatarlos a todos, pero sí podemos mostrar cómo viven, cómo
son cuando son y se sienten libres, tranquilos, a salvo.
En tan solo un año hemos vivido en España uno de los momentos más
importantes de la joven vida del movimiento social y político de
derechos animales: el boom de los santuarios. Se han creado cinco
centros: Compasión Animal, Santuario Gaia, Mino Valley Farm Sanctuary, Santuario Vacaloura y León Vegano Animal Sanctuary, que se suman a los tres más veteranos: El Valle Encantado, Wings of Heart y El Hogar ProVegan.
Esperanza Álvarez, veterinaria y directora de El Valle Encantado,
subrayaba hace algunos meses ante los medios de comunicación que
millones de animales mueren diariamente por hábitos de consumo “que no
son necesarios”. Por ello, los responsables de todos estos santuarios
optan por el veganismo como consecuencia lógica de su estilo de vida.
Los creadores de estos lugares son personas que se emocionan cuando
recuerdan cómo han vivido sus animales y cómo se han despedido de ellos.
La misma emoción que podemos sentir al morir alguien de nuestra
familia. Benito, un cerdo que se cruzó en su vida, hizo que Elena Tova
pasara de rescatar perros, gatos y otros animales abandonados a crear el
que ha sido el primer santuario de España, El Hogar de Luci, hoy
llamado El Hogar ProVegan.
Pero, ¿por qué invertir tanta energía en cambiar el
mundo? Porque trabajan en las raíces de la empatía: una sola vida
salvada ya merece la pena. Nos recuerdan, a través de las historias de
cada uno de esos animales, que todos importamos por igual. Nos
recuerdan, a través de su compromiso, que tenemos el deber ético de
decidir con nuestros actos no dañar a los demás.
En
palabras de Eduardo Terrer, de Wings of Heart: “Por eso nos esforzamos
en que sus vidas, duren lo que duren, sean vidas que valga la pena
vivir”. Su hermano Alberto, responsable de Compasión Animal, explica que
el objetivo número uno es “luchar por aquel al que defendemos, sacarlo
de la explotación y darle la vida que le pertenece”.
Gatos con leucemia o inmunodeficiencia felina, palomas con
paramixovirosis, cerdos con problemas de circulación sanguínea, carneros
con las patas debilitadas o sin movilidad, un burro con una prótesis o
un gallo con una especie de silla de ruedas: individuos únicos con
inmensas ganas de vivir. Haize, Patty, Dalí, Harvey, Flor, Guillem,
Dani, Clara, Matteo, Oprah, Wendy, Kero, Tiberio... Todos con nombres
diferentes, como diferentes son sus personalidades.
Los activistas saben desde hace mucho tiempo lo que los científicos de
la Universidad de Cambridge confirmaron el año pasado y plasmaron en la Declaración Universal sobre la Conciencia Animal: esos animales olvidados son individuos únicos e irrepetibles.
Sin embargo, los hilos de las industrias mueven el mundo de forma
diferente. Los animales son criados con un objetivo: dar su carne, dar
leche, dar huevos, dar lana, entretener, tirar del carro... El egoísmo
humano es superlativo: criamos a esos animales solo para aprovecharnos
de ellos. Los explotamos para obtener un beneficio y, si no podemos
obtenerlo, nos deshacemos de ellos.
Buen ejemplo de
esto fue el reciente accidente de un camión lleno de cerdos, que los
trasladaba al matadero y volcó en las inmediaciones de Zaragoza, dejando
decenas de animales heridos, necesitados de ayuda. La presidenta de la Asociación Vegan Hope
se personó en el lugar con un grupo de voluntarios, coordinando con los
santuarios un rescate masivo. Pero ni siquiera pudo acercarse, porque
quienes velaban por la reanudación del tráfico y por atender al único
humano implicado, el conductor del camión, impedían que los demás
animales sintientes recibieran socorro. Ayudar a los demás es
solidaridad. Extender ese círculo de solidaridad a los demás animales es
justicia social. ¿Qué tipo de justicia existe cuando negamos el derecho
fundamental de socorrer a alguien que siente y sufre como nosotros?
Otro accidente de tráfico junto a La Bañeza (León), obligó a los
responsables de León Vegano Animal Sanctuary a rescatar a 46 pollos de
la raza broiler atrapados en el camión. Pollos que iban al matadero con
tan solo 41 días de vida.
Uno de los responsables del
Santuario Gaia, Coque Fernández, es veterinario y explica que hace años
mataba cerdos y ahora da su vida por ellos. “Si yo he podido cambiar,
tú también puedes”, suele decir. Lo que demandan desde los santuarios es
que socorramos a quienes encontramos en el camino, y que adoptemos un
estilo de vida responsable con los animales, es decir, 100% vegetariano y
libre de explotación.
Las limitaciones a los
proyectos de esta envergadura son múltiples y variadas: no reciben
subvenciones, pagan el mismo IVA (21%) que los particulares por los
servicios veterinarios, y se encuentran en una situación de vacío legal
que aumenta su desamparo respecto a otro tipo de asociaciones. Laia
García Aliaga, abogada y activista, intenta promover una normativa que
les proporcione seguridad jurídica y les libre de registrarse como
“explotación ganadera”, una denominación que encarna aquello contra lo
que luchan.
Entre esas limitaciones, la escasez de
recursos suele ser la más problemática. Vacaloura, uno de los santuarios
ubicados en Galicia, se mantiene gracias a los fondos que Inés Trillo y
Concha Pereira obtienen de un herbolario que comparten. Mike y Abi
Geer, el matrimonio que se ocupa del otro santuario gallego, Mino Valley
Farm Sanctuary, han creado la marca de ropa United For The Animals,
también con el objetivo de recaudar fondos que mantengan su proyecto de
vida en común. Aún así, no es suficiente. Veterinario, comida,
transporte, materiales, alquileres... Los gastos se disparan y se ven
obligados a seguir apelando a la solidaridad de la gente para continuar
con esta actividad sin ánimo de lucro.
Además, se
encuentran con una dificultad añadida: los veterinarios especializados
en aquellas especies criadas para consumo humano no suelen saber cómo
curar sus enfermedades, casi siempre causadas por las condiciones de
explotación. Por ejemplo, nunca curan la obesidad hereditaria de los
pollos broiler, a los que se selecciona genéticamente para crecer rápido
y dar más carne. Si el pollo está bien, nos lo comemos. Y si no, nos
deshacemos de él, pero no lo curamos. No es un animal enfermo, es un
bien de consumo. Las leyes y las decisiones políticas suelen ir un paso
por detrás de la conciencia de los activistas, pero, en el caso de los
santuarios, ese paso es abismal.
Quienes entregan su vida a un santuario tienen claro que
los animales han de ser libres desde que nacen hasta que mueren. Por
ello, a pesar de estar en contra de la cría de animales, por motivos
obvios, se han dado casos de madres que llegaron embarazadas y han
parido en un santuario. Esos cachorros han nacido libres.
El comportamiento de los animales cautivos durante toda su vida se
asemeja a algunos trastornos psicológicos diagnosticados en humanos. La
zoocosis afecta a los animales que viven en zoos o circos, alterando su
conducta de forma grave y poniendo en riesgo su salud.
En los mataderos, las cerdas suelen aplastar a los crías porque apenas
tienen espacio para moverse. Pero en libertad esos riesgos desaparecen.
Los cachorros de Palma, la cerda vietnamita rescatada por el Santuario
Gaia, han crecido a salvo de cualquier peligro, porque su madre se
comportaba con naturalidad, apoyándose contra la pared y dejándose caer
suavemente para evitar aplastar a alguno por error.
A
medida que estos santuarios se consoliden y obtengan más recursos
podrán estudiar con detenimiento la personalidad de todos estos animales
en libertad, su compleja vida emocional y nuestra relación real, de
igual a igual, con ellos, para que podamos comprender mejor a nuestros
compañeros de planeta, antes de que sea demasiado tarde.
En un mundo carente de justicia, donde la violencia está normalizada,
preservar los santuarios de animales es proteger un bastión de alegría,
justicia y libertad.
El cuidado diario de animales
enfermos, con necesidades alimenticias, veterinarias y afectivas
dispares, es una dura prueba para quienes deciden dedicar su vida a
ellos. Sus relatos están plagados de momentos inolvidables, por
emocionantes, por gratificantes y, también, por duros hasta la
extenuación.
Además de cuidar a los animales, los
responsables de los santuarios escriben cuentos infantiles, convocan
jornadas de concienciación, montan mesas informativas a pie de calle,
organizan eventos para darse a conocer y obtener recursos, e incluso uno
de ellos, El Hogar ProVegan, edita una revista para dar visibilidad a
proyectos que nuestra sociedad suele ignorar por no someterse a la
explotación de otros para intentar ser económicamente viables.
Este fenómeno de nacimiento y consolidación de santuarios puede ser
considerado un efecto mariposa: cómo un gesto solidario puede cambiar el
mundo. Ese efecto se ha extendido, con la rapidez con la que aletea una
mariposa, por el pequeño pueblo de San Joan de les Abadesses, y por
toda la comarca que rodea al Santuario Gaia, consiguiendo que algunos
hosteleros se asomen a las opciones veganas y que los niños de la
escuela demuestren espontáneamente su empatía rescatando a un pollito.
Esa empatía es la que tratan de contagiar desde los santuarios.
Personas maravillosas que han renunciado a muchas comodidades para dar, a
quienes no tienen nada más, la única oportunidad de ser felices.
Animales que han sido rescatados de nuestro egoísmo y nos enseñan a
vivir con respeto.
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