- Cada año los animales son víctimas de un falso amor navideño que ampara y justifica el maltrato, la explotación y la humillación de los más débiles e indefensos como si fueran meros objetos decorativos
- Si hay maltrato no es amor, y la ética va ganando espacio en todas las celebraciones, también las navideñas
Platero, Maravilla, Copito, Roberta, Maero, Loli,
Nina… Y otros muchos, decenas, centenares de animales de los que no
tenemos sus nombres, quizás no tienen ni nombre, han sido víctimas
reales, de carne y hueso, de un falso amor navideño asentado en la
explotación, en el maltrato, en la humillación.
No puede haber amor si hay maltrato. Por eso no cabe celebrar el espíritu navideño incurriendo en la explotación de animales
por el mero hecho de que nos gusta verlos “decorando” nuestras
celebraciones. No son objetos, no son peluches, no son muñecos, aunque
como tales son tratados de forma cotidiana, y especialmente en las
fiestas navideñas.
Platero
tenía cinco meses y murió después de tres días de agonía. Fue cedido
para decorar el belén de Lucena (Córdoba). Estuvo días y días en un
recinto demasiado escaso para sus necesidades vitales, a la intemperie,
sin refugio alguno, en condiciones visiblemente deficientes y
continuamente sometido al griterío, a las luces, al ruido, a los
petardos… Una de esas tardes, un vecino del pueblo se subió sobre él,
después de dar varias patadas a otro burrito para apartarlo, lo
zarandeó, se montó encima y le espoleó en el abdomen. Hubiera bastado
con mucho menos, pero los 150 kilos de peso del vecino en cuestión
reventaron por dentro a Platero. El Ayuntamiento calló, pero el tipo
compartió su “hazaña” por whatsapp y la foto recorrió las redes
sociales, hasta que varios colectivos defensores de los animales pidieron explicaciones y presentaron denuncia.
Consiguieron la detención del presunto culpable, que poco después fue
puesto en libertad acusado de maltrato animal, mientras el alcalde del
pueblo, Juan Pérez (PSOE), pedía calma, prudencia y respeto, y defendía
la presencia de animales vivos en el belén de Lucena. ¿Respeto para
quién? Para Platero, no. Tampoco para el otro burrito que se quedó solo
en el cercado, ni para los patos, las cabras ni el pavo real, entre
otros animales, que seguían decorando ese hipócrita monumento al amor.
Burritos (supuestamente burritas) son también los utilizados en Alcoy
para cargar los enormes buzones en los que los niños del pueblo meten
sus cartas a los Reyes Magos el día previo a la llegada de sus
majestades. ‘La burreta’ es una tradición,
dicen, de más de cien años, de la que Alcoy se enorgullece, sin que el
avance de la empatía, del respeto, del amor verdadero, lleve a las
autoridades locales a plantearse que es hora de dejar de utilizar
animales para el divertimento de los vecinos, sobre todo si se trata de
inculcar a los más pequeños un amor basado en el respeto como condición
previa e imprescindible.
El burro es uno de esos
animales que despiertan afecto en quienes ni siquiera han visto uno de
verdad, quizás porque los españoles hemos interiorizado el amor a esos
“cuerpos de algodón” que inmortalizó Juan Ramón Jiménez en Platero y yo hace ahora cien años.
Si es así, ¿por qué se empeñan en torturarlos? ¿Por qué los utilizan
como si fueran insensibles mecanos? Si sabemos que sus cuerpos son de
algodón, ¿por qué nos aprovechamos de ellos para tenerlos horas y horas
dando vueltas, sin descanso, sin apenas agua ni comida, con niños en sus
lomos a tres euros el paseo?
Eso es lo que ha vuelto a ocurrir este año en la Plaza del Pilar de Zaragoza, donde, paradójicamente, el Ayuntamiento ha emprendido una campaña con el lema “un animal no es un juguete”.
Quizás dependa del animal del que se trata, o de lo rentable que sea
utilizarlo como juguete. En el caso de los burritos, está claro que
entran en la categoría de los que sí pueden ser utilizados como
juguetes, y así lo considera el concejal Jerónimo Blasco (PSOE), que ha
hecho caso omiso a las múltiples denuncias y peticiones para suprimir
esa cruel atracción. En el Ayuntamiento, las quejas las encabezó Raúl Ariza
(IU), con un informe de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de
la Tauromaquia y del Maltrato Animal (AVATMA) en el que se avalaba el
sufrimiento físico y psicológico de los animales, así como lo
“antipedagógico” que resulta como enseñanza para los niños. ¿Querer
montar en burro justifica el sufrimiento del animal? ¿Satisfacer
nuestros caprichos está por encima de la dignidad que merece cualquier
animal? ¿Es eso lo que quieren enseñar a los niños?
El Partido Animalista (PACMA), que fue uno de los denunciantes en el
caso de Platero, convocó concentraciones de protesta por la atracción de
los burros en Zaragoza y reclamó una educación infantil basada en el
respeto y la protección a los animales.
Pero, de
momento, el Ayuntamiento hace oídos sordos. La prueba de ello es que en
la cabalgata de Reyes en esa ciudad otros muchos animales fueron
utilizados como si fueran meros objetos decorativos. Burros, mulos,
caballos y ocas desfilaron por las calles de Zaragoza para deleite de
muchos y espanto de otros: deleite de quienes disfrutan de verlos porque
son “de verdad” pero creen que ni sienten ni padecen, como si fueran
“de mentira”; espanto de quienes somos conscientes de que,
efectivamente, son de verdad.
En Zaragoza desfilaron
también perros en adopción junto a voluntarios del Centro de Protección
Animal de la ciudad. Incluso dando por buena la intención de sus
responsables de visibilizar a los animales que necesitan una nueva
oportunidad, nos permitimos dudar de que una cabalgata de Reyes sea el
entorno más propicio para que cualquier familia tome contacto con quien
se supone que, llegado el momento, sería un miembro más. No creemos que
el gentío, el ruido, la pirotecnia, los nervios de los más pequeños y de
los propios animales compongan el mejor entorno para ello. Al menos
dieron marcha atrás en la intención de sacar a pasear también a unos
cuantos gatos en adopción, convencidos al fin de que el carácter de los
felinos es bastante incompatible con ese ambiente. Recordamos al
Ayuntamiento de Zaragoza y en especial al concejal Blasco que, como dice
su campaña, los animales no son juguetes. Y no hay excepciones.
Tampoco son de juguete los dromedarios y camellos
que estos días han aparecido por toda la geografía española para
decorar las cabalgatas en un país en el que pintamos de negro a
cualquiera para hacer de Baltasar pero queremos que los animales sean de
verdad.
La imagen de doce dromedarios atados y hacinados
en un camión desembarcando en Tenerife procedentes de Lanzarote dio la
vuelta a España y muchos descubrieron, por fin, de dónde salen y cómo
son transportados esos animales que luego, en la cabalgata, se empeñan
en ver felices porque, de lo contrario, su conciencia no podría cargar
con el peso y se vería obligada a actuar con coherencia.
Decían los responsables del transporte de los animales que siempre se
ha hecho así y nunca ha pasado nada, y ahí está el problema, en dar por
bueno lo que siempre se ha hecho, sin pararse a pensar si realmente está
bien o no y dejándose por el camino el respeto a esos que siempre han
servido como herramienta de trabajo, como objeto de consumo, como bien
lucrativo.
PACMA presentó también una denuncia ante
el Seprona por entender que las condiciones del transporte vulneraban la
legislación en materia de maltrato animal, y la policía local de Santa
Cruz de Tenerife abrió expediente sancionador a los responsables del
transporte.
Ni siquiera sabemos quiénes eran esos
dromedarios, en qué cabalgatas participaron de las muchas que se
celebraron en la isla de Tenerife. Tampoco sabemos en qué condiciones
fueron transportados todos los otros dromedarios que niños y mayores
vieron por las demás islas canarias y en otros lugares, como en Pamplona (Navarra), Plasencia (Cáceres) o Béjar
(Salamanca), por poner solo algunos ejemplos, donde también sacaron
dromedarios para acompañar a los falsos Reyes Magos, incluido el pintado
de negro.
Incluso en Camariñas (A Coruña), en plena
Costa da Morte, cuyo clima poco tiene que ver con el desierto de donde
proceden, había dromedarios en la cabalgata de Reyes. Eran Maero y Loli, recientemente adquiridos por un empresario local, que los cedió para divertimento de sus vecinos. Un caso similar es el de Maravilla, Copito y Roberta,
que viven habitualmente confinados en el Río Safari de Elche (Alicante)
y este año fueron cedidos para la cabalgata de la ciudad.
Gracias a PACMA hemos podido comprobar también cómo viajaron las ocas que desfilaron en la cabalgata de Madrid.
“Perfectamente adiestradas”, decían los organizadores, y también
perfectamente hacinadas en cajas de fruta apiladas y cargadas sin
contemplaciones en una furgoneta, contraviniendo una normativa ya de por
sí laxa y escasa de sensibilidad, y que encima se vulnera sin mayores
consecuencias.
A quienes toman esas decisiones poco
parece importarles el sufrimiento que puedan padecer esos animales
durante el transporte y durante el desfile. El cansancio, el hambre, la
sed, el miedo, el estrés… Cuando cumplen con las expectativas, en la
mayor parte de los casos porque han sido cruelmente adiestrados para
ello o porque su vida en cautividad les ha hecho perder su
comportamiento natural, piensan que no hay ningún problema. Todo salió
según lo previsto, y el año que viene, otra vez. Cuando algún animal da
muestras de esos síntomas, entonces se considera un hecho aislado,
desafortunado, que se intenta minimizar. Así ha ocurrido en Terrassa
(Barcelona), donde un caballo se desplomó en medio de la cabalgata, o en Portugalete (Vizcaya), donde unos bueyes entraron en pánico por un petardo.
Luego resulta que son los propios animales los que aparecen como
culpables de una situación en la que son las principales víctimas.
Sencillamente, no tendrían que estar ahí.
El problema, de nuevo y como siempre, es que son “solo animales”. Era solo un gato el que murió el día de Navidad en Alcorcón (Madrid) cuando un tipo lanzó desde la calle una bengala que impactó en una vivienda y la incendió. Era solo una perra, Nina, la que se perdió la noche de fin de año cuando huyó despavorida asustada por los petardos. Eran solo perros los más de cuatrocientos cachorros incautados
solo durante el mes de diciembre, víctimas del tráfico ilegal para ser
vendidos en la campaña navideña, mientras los refugios y albergues de
toda España están colapsados por los incesantes abandonos y todavía hay
quien no ve la diferencia entre comprar y adoptar.
Como ellos hay muchos. Tantos, que no sabemos cuántos. Todos ellos son víctimas reales de un concepto hipócrita del amor.
Hipócrita, porque promulga el amor universal pero ampara la crueldad
injustificada e injustificable hacia los más débiles e indefensos.
Hipócrita, porque se vale de un supuesto amor a los demás para
justificar la diversión más egoísta, esa en la que otros salen
perdiendo. Hipócrita, porque el mensaje de amor se queda en muchos casos
en un consumismo material que alimenta la miseria de muchos.
Hipócrita, en definitiva, porque no es amor si hay maltrato. Por eso, y aquí viene la parte buena, cada vez son más las demostraciones de amor de verdad, de amor incluyente, de amor respetuoso. Este año hemos tenido un ejemplo en Torrelavega (Cantabria), donde desfilaron incluso vistosos elefantes “de mentira” en una preciosa cabalgata libre de crueldad. También en una parte de la de Madrid, donde Alejandra Botto desfiló con su circo ecológico
y sus maravillosas y expresivas jirafas de cartón rojo, esbeltas y
curiosas, alzando la vista desde las alturas e inclinando sus cabezas
sobre los espectadores al ritmo de la música. Y en Ogassa,
el pequeño pueblo de Girona donde está el Santuario Gaia, donde los
Reyes Magos explicaron a los niños que no llevan animales en su
cabalgata porque hay que respetarlos.
Sirva este
artículo como sentido homenaje a quienes pagan con su vida el enfermizo
concepto de amor que justifica el maltrato y la violencia, y como
aliciente para quienes ponen la ética y el respeto como premisa previa
en su relación con los demás, sean de la especie que sean.
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