La Fundación FAADA y la Fundación MONA denuncian la campaña viral
“Vota a Mono”, realizada por la agencia de publicidad BTOB para la OCU, y
destapan el sufrimiento y los abusos que sufren los animales tras
muchas imágenes aparentemente inofensivas.
Cuando parece que un
chimpancé sonríe, en realidad está manifestando pánico. Tiby, la
chimpancé utilizada en esta campaña, pertenece a un circo y lleva toda
su vida, 23 años, viviendo en un remolque o en pequeñas jaulas.
Un loro multicolor suelta
gracietas picaronas; un aterido gatito se deja secar amorosamente por su
dueña tras caer “por descuido” a la piscina; un caballo camina con
brioso gesto sobre una superficie de ascuas… Por lo general, no solemos
reparar en la trastienda de este tipo de publicidad, quizá porque se
trata de “simple publicidad”, al fin y al cabo la hermana menor de las
artes escénicas. Pero trastienda hay, sin duda, y no resulta excesivo
pensar que, dirigidos los hilos por humanos, los animales, con su
estigma de “no humanos” cosido a la espalda, sean también aquí meros
elementos de atrezzo al servicio de intereses comerciales.
El extraordinario desarrollo de los medios audiovisuales en los últimos
tiempos ha traído consigo un mayor uso de animales en el ámbito
publicitario, siendo utilizados como gancho comercial, bien apelando a
los sentimientos positivos que despiertan, bien como meras unidades
estéticas (icónicas). Al parecer, la aparición de determinados animales
en según qué mensajes funciona. Pero las cosas están cambiando. Ricardo
Devis, asesor en Estrategia y Comunicación, dice que “la inclusión de
animales en los anuncios publicitarios se debe al principio de
sustitución necesaria´”. Para que nos entendamos: la divulgación
requerida necesita de actores ajenos al producto divulgado.
Devis, como buen experto, clasifica los diferentes usos de animales en
distintas categorías, una de ellas bajo el curioso epígrafe de “nuda
comparación”, donde la clave está, según él, en la simplicidad de las
características que por lo común se atribuyen a aquellos: el tigre
equivale a fiereza; el guepardo significa velocidad; el león representa
la fortaleza. A tenor de la insistencia, parece que el uso de animales en publicidad ofrece muy buenos dividendos a las empresas. Pero ¿es un `buen negocio´ para ellos?
Por supuesto que puede hacerse publicidad sin que ello repercuta de manera negativa en sus actores animales ( hay muchos y buenos ejemplos).
Pero en no pocas ocasiones el anuncio tiene su “lado oscuro”. Mientras
nos resulta familiar leer en los títulos de crédito de las películas
aquello de que Ningún animal sufrió malos tratos durante el rodaje de este film ( salvo los que murieron a golpes, ahogados o empalados), parece que en el campo de la publicidad las cosas van algo más lentas.
Al menos, es lo que denuncia la campaña ADnimalsfree, una plausible iniciativa promovida por la Fundación FAADA,
que fija su objetivo en informar y concienciar sobre el indebido trato
que sufren muchos de estos “actores” en ciertas producciones
audiovisuales. La experta en comunicación Marta Molas afirma que “cuando
colocamos a los animales delante de una cámara, dejan de comportarse
como ellos mismos, perdidos como están en un mundo que no es el suyo y
obligados a un guión que va contra su naturaleza”. Pinta lógico.
La violencia hacia los animales no se limita, por supuesto, a la
agresión directa y activa, sino que hay otras muchas formas de atentar
contra sus intereses elementales: obligarles a actuar contra su
condición, por ejemplo. Aunque estas maneras de agresión se muestren más
sutiles –y por ello pasen desapercibidas para una gran mayoría de la
opinión pública–, sus críticos aseguran que “los efectos psicológicos y
físicos perdurarán para siempre”. Podemos recibir aquí una breve pero
práctica clase on line sobre “gestología primate”:
El spot Vota a Mono
ha servido de lanzadera para una campaña informativa sobre las
consecuencias que una “publicidad deshonesta” puede tener para los
animales. En el spot aparece Tiby como candidato a la cartera
de Economía, encorbatado en su despacho y ofreciendo mítines a diestro y
siniestro. Pero los bonobos, que se sepa, no hacen en su estado natural
nada de esto. Es por ello que sus denunciantes hablan sin tapujos de
“graves abusos”. Tiby es propiedad de un circo francés, donde nació hace
veintitrés años, y en realidad no ha conocido otra cosa que las
actuaciones en la pista y una vida trashumante. De hecho, no es la
primera vez que participa contra su voluntad en un anuncio ( ¿la reconoces?), lo que da idea del grado de explotación de estos animales cuando hay un cheque por medio.
Tiby es el palpable ejemplo de cómo la publicidad, además de un arte,
puede presentarse con frecuencia en forma de engaño manifiesto. Porque
en los bonobos la “sonrisa” no representa felicidad, sino pánico; porque
sus ojos dicen “no me gusta” cuando nosotros leemos “estoy encantado”;
porque sus gestos, leídos con un mínimo de ética y empatía, nos
advierten de que Tiby quiere abandonar cuando antes el set de grabación, pues para ella supone lo que supondría para cualquiera de nosotros: una absurda tortura.
Las inmensas posibilidades que hoy nos ofrece la recreación virtual de
casi cualquier escena publicitaria convierte al uso de animales en un
recurso por completo innecesario. En realidad, es una suerte que la
tecnología pueda brindarnos todo esto, pues despoja a sus obcecados
defensores de toda excusa para seguir insistiendo en una mala praxis
profesional.
No deja de resultar paradójico que se
recurra al uso de animales en publicidad porque nos inspiran buenos
sentimientos, y que al mismo tiempo sigamos reservándoles un estatuto
moral tan ínfimo: simples recursos a nuestra disposición. Quizá en este
escenario se refleje también esa suerte de esquizofrenia moral que ha
presidido desde siempre nuestra relación con ellos.
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