por Xavier Bayle
Carta de una víctima acusando a la sociedad que la creó, carta de un
daño colateral, de una nadie, de una nada. Carta desde el abismo y la
sinrazón que llamamos Libre Mercado, Sociedad de Consumo, Estado de
bienestar.
LETRAS DEL VICTIMARIO
Hola, soy un gato en Corea, una hermosa muchacha juareziana, un pollo
en Holanda, un bebé mexicano de experimentación, soy un toro “bravo” en
España, soy una niña soldado congoleña, soy un cerdo en Italia, una
estudiante negra en Moscú, una vaca en Estados Unidos, soy una caoba en
el Brasil amazónico, soy una niña vietnamita cuando lo del napalm, soy
un viejo caballo polaco, una enferma guineoecuatoriana, un perro en un
albergue lleno, una gitana en aquella Alemania, un zorro en Poznan, un
pato en granja francesa para foie, una criatura sin hogar china, soy un
delfín en las costas de Japón, una indígena que estorba, una ballena sin
suerte, un macaco en Covance… ya me están metiendo armas y fuego en el
cuerpo, soy la vida que se pierde, soy un sabor, una risa, una
contradicción, la consecución de un odio, una ignorancia, una solución
fácil y nunca final, una estupidez, soy la víctima de la perversión de
otros. Y puedo ser muy fácilmente tú, en manos de este ser aberrante que
arrestó el planeta y lo hizo feudo y lo hizo cárcel y lo hizo infierno.
Soy la muerte que no quieres y te hiere la memoria y te atemoriza….
pero asestas a las inocentes sin necesidad.
Hola, soy una vida en tus manos aterrorizadas por el miedo.
Hola, me vas a matar con argumentos.
Tú tienes tus excusas, tu pereza, tu derecho a asesinar, tu apetito,
tu fuerza bruta, tu mezquindad, tu hipocresía, tu paradoja, tu
paradigma, tu paramilicia, tu dinero, tu patriotismo, tus armas y tus
drogas, tus avaricias y tus dogmas, tu indiferencia y tu insensibilidad.
Yo sólo tengo las respiraciones contadas, sólo la vida que pierdo.
Tú tienes todo, yo sólo la vida que pierdo.
He sido todas las vidas y la mayoría las abandoné en tus manos,
colgando boca abajo en ganchos de matadero para el despiece, con el
precio hincado tras un escaparate, en forma de tres cuartos en tiendas
de lujo, en forma de botas de cuero, en forma de nueva fórmula de
champú, en los huecos que los obuses dejaron, en minúsculas jaulas de
poneduría de huevos, en los bloques once de cada campo de concentración,
en los guetos marginales, en las favelas, en los cajones de
abatimiento, en los campos de refugiados, en forma de venganza, de gula,
de lujuria, de codicia, de pereza, de soberbia, de envidia, de ira, en
forma de necedad. Nada pierde quien nada tiene, pero todo tiene quien
nada tiene, excepto la vida.
Porque la vida es todo, todo. Y la muerte es la nada.
Así que nada quiero de ti, sólo mi vida. Déjame mi vida, ese es mi
único bien. Quédate tu dinero, quédate tu ciudad, tus chucherías,
abandónate a tu bisutería, a tu fama, a tus inmuebles, posee los títulos
y las medallas que te plazcan, pon tu nombre en enciclopedias, en
avenidas, monumentos, goza solidaridad gremial, reconocimiento público,
portadas en revistas,… pero déjame la vida. Porque tú no tienes poder,
sólo eres un guiñapo en manos de tu miseria emocional, y eso te causa
risa boba, satisfacción, abulia, manoseados placeres. Mi nivel moral es
inmensamente superior al tuyo, aún estando en el lado terrible del
fusil, tu tortura vence mi cuerpo, me destruye, pero moriré mucho más
viva que tu propia vida.
Soy la vaca que te comes, gemí durante horas implorándote compasión
mientras empuñabas el cuchillo o la pistola de aturdimiento, me
convulsioné buscando una salida por las sucias paredes, lloré entrada en
midriasis, vencida de rodillas ante ti y no tuviste piedad ni
reflexión, sólo llegué a ser un número más en tu jornada de trabajo, una
etiqueta más en el paquete del refrigerador, un trofeo en una pared,
una identificación de baja en el albergue de animales, en el registro de
defunciones del Ministerio de la Pobreza. Soy un objeto, un fardo, un
harapo, la menor parte de un ser vivo derrumbado en el fondo de una
solitaria jaula en un laboratorio de cosméticos, en una comisaría, en un
infecto hospital, en un bunker. Nadie escucha mis últimos gemidos y me
muero de tristeza antes que de muerte. Mi muerte lleva dos muertes.
Soy una muesca en tu ametralladora, una cifra en la inmensidad
abominable de ciertas cifras, un método de despellejamiento, un
resultado del examen, un problema menos, un índice de audiencia,… pero
jamás podrás mirarme a los ojos y hacer creer a todos que tienes razón,
jamás alcanzarás la pureza de mi miedo, jamás borrarás la infamia de la
injusticia, ni la sangre en tus manos lavarás por más que las enjabones
hasta el último día de tu vida. En la desesperación terminal el odio no
llega muy lejos, no puedo odiarte, mis fuerzas se han concentrado en
sobrevivir a lo inexorable.
Y no lo voy a conseguir.
Mi cuerpo ya ha sido troceado y dispuesto en bandejas plásticas, mi
piel arrancada y curtida, mi autopsia realizada, yazgo bajo cal en fosas
comunes secretas, la grasa de mi piel huyó incendiada por las
chimeneas, mi esqueleto se seca bajo el sol, los efectos del veneno que
me mató ya han sido anotados, y la bala cobrada. Ahora mi vida ya no es
ni “mía” ni “vida”. Nada queda de esas dos palabras.
Cuando me digas adiós no digas una vez más que no lo sabías, que tú
“solamente” pagaste ese asesinato. Que las cosas son como son. Que somos
depredadores naturales. No. El ser humano tiene opciones siempre, y de
nada me sirve a mí este triste envase inerte con el cual no puedo
revolcarme en la hierba, jugar con mi muñeca, bucear bien hondo,
expresar mis ideas, rumiar hierba fresca o picotear tierra llovida. Este
es un envase frío con el cual no puedo, simplemente vivir.
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