lunes, 13 de agosto de 2012

Infancia, violencia y toros

Una relación fuera de toda duda
Según el informe de UNICEF “Niños y Violencia”, las razones de que los niños adquieran comportamientos violentos son más sociales que biológicas, resaltando tanto la inadecuación en su educación actual, como la promoción de modelos de comportamiento absolutamente insensibles en muchas sociedades.
La Comisión de la Asociación Psicológica Americana para la Violencia y la Juventud, dictaminó que los jóvenes con riesgo de volverse violentos y agresivos, parecen tener una tendencia a compartir experiencias comunes que les sitúan en una trayectoria hacia la violencia.
También indica que influyen otra serie de factores sociales más amplios: la forma en que una sociedad condena la violencia condiciona los valores y las acciones de los individuos. Por ejemplo, en muchas hay una ambivalencia sobre la violencia en el deporte, y existe un considerable apetito de imágenes violentas en los medios de comunicación, o se permiten los juegos que la fomentan.
Sabido lo anterior, que no son dislates de un iluminado sino resoluciones de estudios científicos rigurosos, hagamos una descripción de lo que es la tauromaquia en sus diferentes formas, pero de la realidad que cualquiera puede ver en ella y no de lo que nos quieren vender sus partidarios, siempre bogando por las aguas del despiste y del engaño.
Un espectáculo de veinte minutos por toro, durante los cuales se le clavan diversos objetos punzantes. Las heridas y las hemorragias son incontestables. Se acaba rematando al animal con mayor o menor celeridad en función de la destreza del torero y, a menudo, mutilándolo después.
Otras versiones incluyen que sean atravesados con lanzas, abrasados, atados y arrastrados, atropellados, ahogados, emborrachados… Con independencia del método elegido y de la parafernalia que envuelva el acto, hay un denominador común en todas ellas: que de una forma u otra son torturados y acaban por matarlos.
El modelo conductual de insensibilidad al que se somete al niño ante el padecimiento del toro es evidente. Constituye una experiencia compartida en la que participan los adultos, sus referentes. La sociedad lo admite y los legisladores lo protegen. A medio camino en el acervo colectivo entre el deporte y la expresión artística, está impregnado de violencia y como tal, llega y se deposita en las mentes infantiles.
Por supuesto, desde diferentes sectores taurinos garantizan que todo eso es más que recomendable para los niños, y tanto es así, que a menudo les regalan o les hacen una sustanciosa rebaja en las entradas para incitarles a su participación.
Ahora, ya que tanto se nos llena la boca con la protección a los menores, que cada cual reflexione si quiere y demuestra la valentía de hacerlo, y que aquellos que detentan responsabilidades políticas, decidan si su gestión obedece a los intereses de ganaderos, toreros, apoderados y empresarios de plazas, o atienden a las recomendaciones de profesionales de la medicina, educación, servicios sociales y fuerzas de seguridad. ¿En juego?: el mantenimiento de tradiciones sangrientas o el progreso ético comenzando por los más vulnerables: los niños. 

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