lunes, 12 de octubre de 2009

Mi última tarde (texto de José María Fuixench)

Mi última tarde




Que tengáis unas felices fiestas. José Mª FUIXENCH NAVAL
08/08/2009

Vota
Vota 1 de 5 Vota 2 de 5 Vota 3 de 5 Vota 4 de 5 Vota 5 de 5
| Resultado
1 de 52 de 53 de 54 de 55 de 5 7 votos

Me dejasteis en el campo con una falsa promesa de buena vida. Cuatro años, cuatro, pasé en las dehesas dedicándome a vivir.

Un mal día me sorteáis y me metéis en camiones hacia un incierto destino.

Perdona, maestro, pero ahora debo salir al ruedo para deleite de tus seguidores.

Brindarás mi vida a quien te apetezca, como se brinda por una buena cosecha.

Me indultaréis si soy bravo, para que mis hijos hereden mi bravura y poder ensañaros mejor con ellos. Así presumís de haber creado mi raza como un dios.

Podrías lidiarme sin hacerme sufrir, pero eso no es suficiente para sacar lo mejor de ti. Me pregunto cómo será tu parte más oscura, matador.

Escuchas los vítores mientras siento crepitar los arpones entre mis huesos y mi carne que se desgarra, aunque todavía me queden fuerzas para que crean que no lo siento.

Violas la más honrosa de vuestras normas, la del sentido común. Y me das la espalda cuando sabes que ya no puedo embestir; la experiencia de haber matado a muchos como yo te lo hace saber. Y ellos te creen valiente por eso. Entre los de mi casta la valentía está en el respeto. Eso que tú no conoces.

Desde aquí abajo veo dos clases de taurinos vitoreando en las gradas: los que disfrutan viéndome sufrir para que tú te pavonees ceñido en tu traje de luces, y los ignorantes que van porque sí, porque los demás también acuden a la fiesta. A ésos les pregunto: ¿Es que no veis lo que me están haciendo? No hay que ser muy diestros para ello.

Tú, "maestro", me mirarás a los ojos y alardearás de tu faena cuando doble mi rodilla y apenas me quede aliento.

Y mientras el estoque me esté atravesando las entrañas, oiré veladamente los aplausos de esos homínidos con pañoleta, pues otra cosa no puedo considerarlos.

Si lo haces bien te darán mis orejas. Por suerte, yo ya no lo veré. Seré arrastrado como un fardo sangrante manchando la arena que ahora todavía piso azorado.

¿Y tú te atreves a decirles a los que te elogian que me amas? El amor es otra cosa, matador. Los humanos son otra cosa. Vosotros, sois simplemente unos malnacidos. Hasta yo, un animal irracional, puede comprenderlo.


http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=584634

No hay comentarios:

Publicar un comentario