Millones de corderos, terneros, cochinillos, cerdos y vacas llegan a
diario a sus hornos y a sus platos, especialmente en Navidad. ¿Cómo han
llegado hasta allí?
Los animales destinados al consumo humano de
productos cárnicos y lácteos sufren numerosos y larguísimos viajes, en
unas terribles condiciones que les causan miedo, ansiedad, fracturas y,
en ocasiones, la muerte por hambre, asfixia y estrés antes de llegar a
su fatal destino.
El Reglamento europeo sobre protección de los
animales durante su transporte es insuficiente e imposible de llevar a
la práctica, y se incumple de manera sistemática: animales hacinados en
camiones; falta de espacio entre sus cabezas y el techo; trayectos
excesivos y sin paradas; falta de agua, comida y ventilación;
documentación trucada.
El autor de este post, portavoz de ANDA, hace un llamamiento urgente a la reforma del limitado objetivo de dicho Reglamento.
Alberto Díez
Una Europa global enmarcada y garantizada por el
Tratado de la Unión Europea tiene ciertas ventajas, entre las que la
libre circulación de bienes y servicios se erige como bastión neurálgico
e inexpugnable de un sistema que nos permite acceder a justipreciados
usufructos que ensalzan nuestra vanidad de ciudadanos satisfechos en
nuestro linaje paneuropeo. Las fronteras derribadas trajeron como fruto y
futuro adjunto una reordenación, realineamiento y recolocación de los
factores económicos por los que cada cual se especializó en lo que
mejor, y más barato, sabía y podía hacer, desligándose del resto de la
historia precedente o subsecuente. Es como un hilo que nace en un confín
europeo, que, tejido en sus antípodas continentales, es transformado en
prenda en un lugar distinto de los dos anteriores para que el natural
de un cuarto país lo venda en la megalópolis de un país ajeno, país
neófito e ignorante, hasta este momento, de los avatares del hilo.
Son las travesías a las que están sometidos todos los integrantes e
ingredientes que forman parte de las propuestas de compra que colman
nuestros caprichos, productos cárnicos y lácteos incluidos, e incluidos
también los animales de los que emanan. El hilo mudado en
lechón que, nacido en Dinamarca, embarca rumbo a su engorde catalán,
paso previo ineludible en su currículo hacia el matadero germánico que
lo convertirá en jamón italiano, que también se venderá en su Dinamarca
natal, por poner un ejemplo.
Sin ánimo de
ofenderlos, a los animales no les gusta viajar. Las novedades y
mutaciones en sus rutinas les asustan. Las fases de carga y descarga;
verse manejados por personas extrañas; saberse rodeados de nuevos
compañeros, la deserción de los antiguos; la renuncia a la precaria
seguridad de su entorno de granja conocida; la integración en un dominio
nuevo, el del camión, donde tendrán que disputar su territorio o
investigar e instruirse en los nuevos mecanismos y emplazamientos de
avituallamiento de agua y comida, si los hay. Los animales se ven
sujetos a sensaciones de desamparo, desarraigo, alejamiento, aislamiento
o indefensión que derivan en alarma, miedo, ansiedad y estrés. Las
opiniones científicas son contundentes en sus conclusiones: cuanto menos y más cortos sean los viajes, mejor.
La realidad, tozuda, evoluciona a su propio ritmo: cada año más viajes y más largos.
En el año 2005 la Unión Europea pretende despachar esta contradicción publicando el ' Reglamento 1/2005 sobre protección de los animales durante su transporte y operaciones conexas'.
En su Prólogo, este Reglamento reconoce que "conviene limitar en la
medida de lo posible los viajes largos". Lamentablemente, esta
declaración de buenas intenciones no se ve reflejada en el articulado
inmediato que modela y sanciona un sistema de viajes de duración
ilimitada que no sólo no ha servido para restringir los movimientos de
los animales sino que tampoco se ha demostrado eficaz para cumplir con
su objetivo: la protección de los mismos.
Son
múltiples los factores que han encauzado la incapacidad del Reglamento,
algunos intrínsecos y otros accidentales. Su gestación ya resultó
embarazosa, demasiados intereses implicados que defender, réditos
nacionales que proteger o economías de libre mercado ya configuradas que
había que respetar. El Reglamento nació necesariamente confuso e
ininteligible, con 25 páginas de anexos técnicos y un amplio desarrollo
reglamentario posterior. En este contexto han aparecido interpretaciones
dispares y en ocasiones contradictorias que han enredado la tarea tanto
de los organismos encargados de aplicarlo como de los encomendados a la
vigilancia de su cumplimiento, multiplicados estos últimos en España
por 17.
Hay aspectos del Reglamento que, abiertamente, son de imposible cumplimiento, aun cuando se pretendan aplicar con el mejor empeño. Por ejemplo, los terneros
no destetados deben ser alimentados cada 9 horas con un compuesto
lácteo que succionan individualmente: ¿275 terneros, en un camión,
distribuidos en varios pisos y un solo chófer? Imposible.
Las vacas
deben ser ordeñadas cada 12 horas: ¿cómo viajar de Alemania a Portugal
si el último puesto oficial de ordeño se localiza en Burdeos? Imposible.
En el caso de viajes de más de 8 horas, los animales tienen que
descargarse, descansar, abrevar y comer durante 24 horas según unos
intervalos que difieren en función de especies, pero que en ningún caso
coinciden con los intervalos de descanso obligatorio para camioneros
contemplados en la legislación laboral y sobre circulación vial.
¿Preferirá el chófer cumplir con los requisitos laborales y viales o con
los correspondientes al bienestar animal?
Las inspecciones en ruta las realizan los agentes de tráfico que ante una sospecha de deficiencia alertan a los servicios veterinarios oficiales,
quienes realizan la inspección e inician el expediente. ¿Habrá un
veterinario oficial disponible un sábado a las 3 de la madrugada? El
veterinario puede decidir enviar el camión a un puesto de control
oficial para su descarga. En España hay un puesto en Alicante, otro en
Vitoria y un tercero en Miranda de Ebro. ¿Qué ocurre si la inspección
veterinaria tiene lugar en Cádiz?
Demasiadas preguntas sin respuesta. O con respuestas que siempre juegan en contra del eslabón más débil.
Tendríamos que añadir los incumplimientos del Reglamento
que no son debidos a contradicciones del mismo o a falta de recursos
humanos o de infraestructura sino que derivan directamente de la mala fe, de la desobediencia voluntaria:
exceder las densidades de carga, obviar los aspectos referentes a la
distribución de los animales en el camión, quebrar los tiempos de viaje y
de parada obligatoria, documentación trucada o que no se corresponde a
la realidad ni del cargo de animales ni del viaje previsto, aceptación
de animales que no son aptos para el transporte, distribuidores de agua
que no existen, están vacíos o no se adaptan a la especie animal
transportada, ventiladores desconectados, prescindir de la yacija cuando
es exigible, GPS, indicadores de temperaturas… La lista puede ser interminable, tan amplia como la voracidad humana.
Dado que el viaje se autoriza desde una unidad administrativa
veterinaria que firma a buena fe la propuesta presentada y no suele
estar presente en el momento de la carga, ni durante el viaje, ni en la
descarga, las oportunidades para la golfería son muy variadas y si hay
plata por medio, muy peligrosas. Algunos ejemplos obtenidos de los
seguimientos de camiones realizados por las ONG Animals´Angels (Alemania) y ANDA (España) lo evidencian.
Un camión es detectado en La Jonquera (Girona). En una parada que
realiza en una gasolinera de Cannes (Francia) el equipo observa que las
densidades de carga no se han respetado, por lo que, una vez que se
encuentran en Italia, alertan a la policía de tráfico italiana, que
recaba la presencia de los inspectores veterinarios, quienes deciden
enviar el camión a un punto de control para su descarga. Los documentos estaban trucados (aparecía constatado un viaje de menos de 24 horas cuando la duración real era de 36) y no había alimento para los animales.
Al realizar la descarga, uno de los cerdos, que no había podido superar
las extremas condiciones del viaje, ya estaba muerto. Nunca llegaría a
Cerdeña, destino del camión.
En otra inspección, el
equipo revisa un camión con ovejas que se dirigía desde Medina del Campo
hacia Grecia, a través del puerto de Bari (Italia). El camión es
detenido en Fano. En su interior hay 270 ovejas en
tres pisos. La altura entre pisos era muy baja, de tal forma que no
había espacio suficiente entre la cabeza de los animales y el techo.
Esta circunstancia impedía una adecuada circulación de aire. Cuando el
camión fue obligado a descargar, tres ovejas ya habían muerto.
Estos y otros casos pueden consultarse aquí. Pero no es tan solo la opinión de las ONG. El resultado de las inspecciones oficiales realizadas entre el SEPRONA y los equipos veterinarios autonómicos no son más reconfortantes.
El sistema no funciona. En realidad nunca funcionó. El objetivo era
garantizar el bienestar de los animales durante el transporte para
mitigar así su sufrimiento. Para ello es urgente una reforma del Reglamento,
una simplificación que facilite su aplicación, una adaptación a las
circunstancias reales que estimule su cumplimiento, y una limitación
clara y efectiva de la duración y número de viajes. Lo menos malo, para
lograr ese objetivo marcado en la legislación europea, sería que los
animales fueran sacrificados en su lugar de origen y transportar los
productos ya elaborados. Volver a las producciones locales.
Otra cosa, otro objeto de debate, es asumir que ese objetivo es
limitado, dado que se pretende mitigar el sufrimiento de los animales,
no erradicarlo. Quien quisiera cordero de Aranda tendría más garantías
de que el cordero es de Aranda, no de la otra punta de Europa, y el
cordero se habría ahorrado las terribles condiciones de su transporte,
un factor menos en la interminable lista de motivos de sufrimiento en su
corta vida, concebida únicamente para ser carne.
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