Todos los meses de noviembre, el sábado más cercano al día 13,
Medinaceli repite lo que pudo ser un rito pagano en la Edad de Bronce y
que hoy solo puede ser considerado barbarie
El toro, con los
cuernos atados por una maroma, es arrastrado hasta un poste donde se le
coloca un soporte metálico con dos bolas que arderán durante cerca de
una hora, quemándole la cara, los ojos, impidiéndole incluso respirar.
El 29 de septiembre de 1559 el rey Felipe II fue
testigo del Toro Jubilo desde el balcón del Palacio Ducal, junto a su
tercera esposa, Isabel de Valois. Quedó constancia de ello en el Archivo
de los Duques de Medinaceli. Es la primera cita de la que se tiene
constancia escrita, pero el rito podría proceder de mucho más atrás,
incluso de la Edad de Bronce.
El origen no se conoce con certeza, pero los antropólogos e
historiadores se inclinan por pensar que los pueblos ibéricos que
poblaban entonces esa zona de lo que hoy es Soria, a los que algunos
tendrían la desfachatez de llamar “bárbaros” mirados con los ojos de
hoy, iniciaron una tradición que, en pleno siglo XXI, unos pocos se
niegan a abolir.
En 2002 la Junta de Castilla y León
la declaró de Interés Turístico Regional porque es el único “toro de
fuego” en esa comunidad, aunque, por desgracia, no en España. Semejante
atrocidad se perpetra también en municipios de Cataluña y de la
Comunidad Valenciana.
Los bárbaros de ahora se dan
cita en la plaza mayor de Medinaceli poco antes de la medianoche del
sábado más cercano al 13 de noviembre. Un toro, atado por los cuernos
con una maroma para poder arrastrarlo, es conducido a la fuerza hasta un
poste, donde se le encaja una cornamenta metálica, la gamella, que
porta dos bolas a las que se prende fuego antes de cortar la maroma. Por
supuesto, ese “honor” corresponde a un mozo local.
La estopa, mezclada con aguarrás y azufre, arde sin tregua durante cerca de una hora, y durante todo ese tiempo el toro intenta inútilmente librarse del fuego, huyendo despavorido de sí mismo. El miedo y la ansiedad le torturan tanto como las quemaduras y los golpes.
El barro que le cubre a modo de supuesta protección va desapareciendo,
el fuego le entra en los ojos, le impide incluso respirar, le va
quemando la cara y el resto del cuerpo, y a pesar de los intentos apenas
puede esquivar los golpes y las vejaciones de los mozos que fardan
pretendiendo torearle.
El sufrimiento del Toro Jubilo
ha sido descrito con detalle por la veterinaria Virginia Iniesta,
doctora en Medicina y Sanidad Animal, en un informe con el que PACMA acompaña este año su habitual denuncia pública. La conclusión es que se trata de uno de los "más terribles ejemplos de tortura animal institucionalizada en nuestro país, éticamente injustificable desde cualquier punto de vista".
Cuando el fuego en su cabeza se extingue, la fiesta se acaba, y ya sin público el toro debe ser ajusticiado.
Lo exige así la legislación autonómica, en todos los espectáculos
taurinos, para asegurar al animal una muerte sin sufrimiento y evitarle
una vida marcada por las secuelas imborrables dejadas por la tortura.
Esas secuelas a veces son de tal calado que el toro no tiene que ser
ajusticiado, porque muere antes. Vil contradicción, la de fingir que se
garantiza al toro una muerte sin sufrimiento después de torturarle, y
defender que apenas sufre cuando se da por hecho que, en caso de
sobrevivir al festejo, las secuelas de ese sufrimiento le impedirán
seguir viviendo.
Cientos de años después la tradición apenas se ha modificado.
Los mozos ya no comulgan con la sangre y la carne del toro sacrificado
para purificar sus cuerpos, como al parecer hacían los iniciadores del
rito, pero todo lo demás se mantiene impermeable a la evolución.
Cinco hogueras iluminan la plaza mientras el toro arde, una por cada
uno de los cinco santos mártires patrones de la ciudad. Quienes se
aferran a la versión cristiana de la tradición mantienen que los restos
de todos ellos llegaron a Medinaceli en una carreta precedidos por un
toro con fuego en las astas. Eso es lo que, al parecer, conmemora el
festejo.
Las hogueras forman una suerte de burladero en llamas
que contribuye al pánico del toro, encerrado y perseguido por el fuego,
luchando por su libertad, robada por quienes quieren ver magia
iniciática en lo que, ahora sí, solo puede ser considerado barbarie.
Hoy, esta medianoche, el único mártir en Medinaceli será Islero.
El alcalde, Felipe Utrilla, del PP, ha pedido refuerzos a la Guardia
Civil ante la previsión de protestas. Si, protestaremos. Protestaremos
ante quienes solo quieren “que se cumpla la tradición” ignorando que hay
tradiciones incompatibles con la evolución. Porque ya sabemos que en el
fuego de sus astas solo habrá sufrimiento. Ni magia, ni purificación,
ni ancestros. Porque Medinaceli tiene mucha historia, mucho patrimonio
que mostrar, sin necesidad de recurrir a la tortura como reclamo. Porque
“Jubilo” viene de jubileo, de indulgencia, y en Medinaceli hoy el único
que merece ser indultado es el toro.
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