Escrito por Xavier Bayle
¿Por qué los cerdos son sucios? ¿Quién decidió que lo fueran?. La
crisis ecológica se nutre de miles de millones de inocentes.
LA SUCIEDAD DEL CERDO
Karczówka (Polonia), 17 de julio de 2014, siete personas mueren
asfixiadas en el depósito de excrementos de una factoria de engorde de
cerdos (granja). La primera cae por accidente y muere en poco segundos,
debido al metano y otros tóxicos exhalados por dichos depósitos. Otra
persona de su familia intenta socorrer a la primera y cae también
aturdida, luego otra con la misma intención,... hasta siete. Sólo puede
salvarse la madre, después de unos días con riesgo de quedarse en coma.
Sí, ese es el precio real de los embutidos, cuando las verdugas se
convierten en víctimas.
El cerdo es un animal considerado sucio en muchas culturas, pero casi
todas las culturas lo comen con disfrute (¿paradoja?, ¿hipocresia?),
las extremidades desecadas de millones de personas no humanas cuelgan de
ganchos de metal en bares y comercios, lo llaman jamón por disfrazarle
su verdadero nombre: mutilación, amputación, despojo. Los excrementos
porcinos se han convertido en un problema ecológico mundial de millones
de toneladas, que acidifica la tierra, envenena el aire e intoxica las
aguas freáticas. Miles de millones de cerdos, casi insuficientes para
satisfacer la gula humana.
El cerdo además enriquece nuestros idiomas. Cerda, guarra, puerca,
marrana,... son apelativos designados para defenestrar a quienes odiamos
o despreciamos. Las capitalistas son cerdas, las machistas son cerdas,
las faltas de higiene son cerdas, las gordas comen como cerdas..., hemos
decidido que el cerdo sea así de asqueroso, para poder exterminarlo sin
culpa, pareciendo acaso que el jamón es una especie de justicia social.
Mata al cerdo y haz justicia, reza la doctrina.
El cerdo es considerado un animal bajo porque le obligamos a
dormir en su propio excremento, pero ¿qué sucedería si encerraramos
durante cierto tiempo a quince humanas orfanadas y desconocidas en un
espacio completamente vacío de veinte metros cuadrados, desnudas y sin
nada que hacer?. Exacto: se despedazarían entre sí, se revolcarían y
devorarían su propia mierda, se violarían de mil modos, se golpearían,
enloquecerían y se degradarían hasta que probablemente una de ellas, la
más fuerte, quizas muriera por infección de las heridas resultantes de
las peleas, o simplemente se suicidaría de la pura soledad. Basta con
conocer la naturaleza humana para aseverar dicho comportamiento, natural
por otra parte, dado que somos seres sensibles, necesitadas de
estímulos, espacio, respeto, aceptación, independencia y salud física y
mental para comportarnos medianamente bien, hasta tal punto que no somos
nosotras sin esas condiciones. Conscientes de nuestra miseria sin
embargo no vacilamos en cometer dicha tortura contra otros animales
idénticos a nosotras en sociabilidad, sensibilidad, neurobiología y en
la casi totalidad de lo importante: los cerdos.
Animales con inteligencia comparable a la de una humana de tres años
de edad o un perro, desde el punto de vista etológico el estudio de
cualquier especie de no humanas encarceladas no ofrece los mismos
resultados que el estudio en libertad, porque cada científica sabe
-aunque finja-, que el confinamiento produce estres, ansiedad y
destrucción psicológica con patologías varias. La cría de cerdos y su
sentencia a muerte es innecesaria, perversa, cruel, monstruosa, criminal
y una sociedad que se denominara justa, debería rechazarlas
terminantemente.
Pero no vivimos en una sociedad justa, por eso la gente
inmune al dolor ajeno compra productos derivados de la barbarie, desde
las bananas de sangrientas corporaciones o el café que mata de hambre a
quien lo cultiva, hasta los trozos de personas, sus excreciones y
menstruaciones. La gente en esta sociedad injusta vota a la fascista que
más dulcemente le tortura, y alimenta economías cuyo valor en el
mercado sobrepasa al de las individuas que la generan, construye templos
en honor a sus miedos y elude sus responsabilidades civiles, sus
obligatoriedades éticas y las reglas que conllevan ciertos derechos,
para escabullirse -tan picaresca o vomitivamente como su falta de
escrúpulos le permita-, de la parte que individual y colectivamente nos
corresponde cumplir para construir sociedades justas. Por eso nos
imponen las leyes, herramientas fascistas contra el fascimo que nos
caracteriza.
Sociedades sin víctimas es un ideal al cual hay que
dirigirse, independientemente de la voz general que grita que no se
puede. El mundo cambia en una misma, pero ese cambio invariablemente
afecta y beneficia a las demás, vivimos de pactos no verbales, de reglas
que debieran estar basadas en el sentido común, no en la inteligencia o
la coyuntura económica. Estamos sujetas a la capacidad que tengamos o
adquiramos de relacionarnos entre nosotras con actuaciones no
competitivas, no invasivas y respetuosas. Sin embargo existimos
enamoradas del guetto voluntario de la ignorancia moral, desoyendo los
gritos y aullidos de las demás, creyéndonos buenas personas,
inteligentes y libres.
El ser humano está enfermo de humanidad y sus patologías son
el racismo, el clasismo, el especismo, el sexismo, la homofobia, el
ageismo o cualquiera de las sintomatológicas de su estado febril, ¡basta
de echarle siempre la culpa a “las otras”!. La diferencia sustancial
entre el cerdo encarcelado y la disidente política encarcelada, es que
el cerdo no es alimentado con disidentes politicas, y si al reves.
Liberación animal o barbarie. La locura amedrenta la
sociedad mientras las cuerdas son perseguidas por alteración del orden
público (del fascismo público).Nos llaman idealistas, pero idealismo es
pretender que un sistema depredador sea sostenible, idealista es
pretender que una mecánica destrucción de los ecosistemas sea neutro
para nuestra existencia, idealista es proclamar que el crecimiento
económico y aún el mantemiento de las estructuras de destrucción de
recursos a esta escala -siquiera a la de hace 50 años- sea
cientifícamente aceptable para la longevidad del planeta, idealista es
afirmar que siendo animales inferiores desde el punto de vista genético
hayamos creído realmente que somos la mejor obra de la vida, idealista
es aceptar la deificación de las incongruencias como mal aceptable de la
naturaleza humana o la institucionalización de la incoherencia y en
definitiva la creación de un sistema jerárquico donde alguien muera para
satisfacer el capricho de alguien. Hablo de humanas y hablo de cerdos.
La alternativa está servida, se llama veganismo, se llama antiespecismo,
se llama humanismo.
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