Las consecuencias sobre un niño de la violencia lícita
Si los animalistas tuviésemos que enumerar las
veces que nos han dicho que no nos importan los seres humanos, e incluso
que los odiamos, nos faltarían ganas, memoria y dígitos.
Así que hoy no vamos a hablar de Volante, el toro
alanceado hasta la muerte en Tordesillas el 11 de septiembre, vulnerando
la ordenanza según la cual debería haber sido indultado, sino de cuáles
son algunos de los efectos que sobre las personas, las que sí cuentan
para los gurús de la ética especista, tienen estas acciones.
La niñez, desde el punto de vista legal y según la
Convención de los Derechos del Niño, se extiende hasta los dieciocho
años. En el plano psicoafectivo, dura hasta que no se alcanza un grado
de madurez suficiente para tener autonomía, y, en el físico, hasta la
pubertad. Sea como sea, una persona de trece años es un niño. Uno de
esos seres a los que juramos otorgar protección especial en función de
su particular vulnerabilidad.
Las siguientes declaraciones fueron realizadas por un
chaval de esa edad a un conocido diario de nuestro país, con motivo de
la celebración del Toro de la Vega en Tordesillas. Un crío de trece años
que esperaba el paso del animal que iba a ser alanceado: “No. No nos da
pena el animal. Yo no soy el toro. ¿A mí qué más me da que sufra? Y los
que tiran cabras o corderos desde el campanario igual. Yo no soy ni la
cabra ni el cordero. Me da igual…”. Otro niño de ocho años expresa las
ganas que tiene de matar al toro. Cuando el reportero le pregunta el
motivo responde: “No lo sé, es la tradición”.
“A mí qué mas me da que sufra…”. Por favor, hagamos
un alto, porque esta frase atraviesa los ojos y se clava en el cerebro.
Hagamos una pausa y reflexionemos acerca de la terrible realidad que
habita en esas palabras salidas de la boca de un crío. Creo que,
llegados a este punto, sobraría seguir escribiendo. Así sería en una
sociedad sana, pero a la vista está que en la nuestra tienen absoluta
vigencia moral y legal aberraciones que elevan la perversión a la
categoría de cultura, diversión y marca de identidad.
Se llama empatía a la capacidad de percibir y
compartir afectivamente la realidad de otro individuo en un contexto
común. Su carencia es, de hecho, uno de los rasgos de ciertas
psicopatías. En el caso de ir acompañada de agresividad, se puede llegar
a producir un proceso de cosificación de la víctima, animal o humana,
ignorando la capacidad de ésta para sentir miedo o dolor ante un ataque
violento.
No hace falta tener el título de doctorado en
psiquiatría para entender el vínculo existente entre los estímulos que
ese niño está recibiendo, su actitud ante el padecimiento de un ser vivo
que no sea él, la absoluta falta de empatía que presenta y las
consecuencias que tanto para él como para otros acarrea la formación que
está recibiendo. Todo ello, y esta es la piedra angular del problema,
contando con la complicidad de sus amigos y el beneplácito de padres,
vecinos y responsables políticos.
No, no es necesario hablar del Toro Volante. Basta
con hacerlo de un chico de trece años de Tordesillas para saber que la
violencia no puede pasar por el tamiz de las especies y que es una
conducta que, si se adquiere y se asume como natural, marcará de forma
indeleble el código ético de esa persona. Sí, persona, no animal.
Lucía Arana Igarza (Protectora El Cau Amic)
@LuciaArana
Julio Ortega Fraile (Delegado de LIBERA! En Pontevedra)
@JOrtegaFr
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