(SUPREMO, colaboración especial de Israel Miguel Arriola Toiber, Coordinador de campañas y vocero AnimaNaturalis Internacional, México).
El brote de influenza o gripe aviar H7N3 ha causado la muerte de
millones de aves pero, ¿cuál sería el destino de esas aves de no haberse
contagiado?
La gripe aviar es una enfermedad infecciosa de las aves causada por
las cepas tipo A del virus de la gripe. En las aves, la infección puede
manifestarse de diversas formas, desde síntomas leves, que pueden pasar
desapercibidos, hasta una enfermedad que lleva rápidamente a la muerte y
puede provocar una grave epidemia.
Las aves más susceptibles a la infección son las gallináceas. El
contagio se da principalmente por medio del contacto con las secreciones
de las aves, por medio de vía aerógena y por medio de alimentos o agua
contaminados. En la crianza industrial de aves el virus se propaga
rápida y fácilmente, por las condiciones de hacinamiento y falta de
higiene en las que normalmente se encuentran. Las granjas industriales
son caldo de cultivo y propagación de muchos virus[1].
A mediados de junio se detectó un brote en los Altos de Jalisco
(Tepatitlán y Acatic), región que representa el 55% de la producción
nacional de huevo. Esta región cuenta con 90 millones de gallinas
ponedoras distribuidas en 360 granjas. Desde el 20 de junio se han
sacrificado 66 mil aves diariamente como medida de control. Al 20 de
julio sumarán casi 4 millones de aves sacrificadas, según el Servicio
Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica).
De acuerdo con este organismo, “la influenza aviar H7N3 no
representa riesgo de contagio para el humano. Se trata principalmente de
una amenaza para la sanidad animal de nuestras aves domésticas y
silvestres, que podría acarrear importantes pérdidas económicas en el
sector. Es para proteger al sector productivo que se han externado las
medidas preventivas y detección precoz”.
Al parecer a las autoridades y a los criadores no les importan ni el
bienestar ni la vida de las aves más que por las ganancias o pérdidas
económicas que les representan. ¿Le importarán a los consumidores de
huevo? Probablemente sí, aunque es evidente que existe desinformación.
La industria del huevo martiriza a las aves tanto como la industria
cárnica, pese a que el huevo que se consume no está fecundado, es decir,
no es un ‘pollito’ sino un desecho de la gallina similar a la
menstruación.
Con un día de nacidas, las gallinas son sometidas al corte de pico
sin anestesia; esto es para que no seccionen el alimento y no se mutilen
entre sí bajo las condiciones de estrés en que vivirán. Pasan sus vidas
encerradas en jaulas con espacio insuficiente para realizar sus
movimientos naturales y son expuestas a luz artificial 16 horas diarias.
Al poner huevos constantemente (unos 5 por semana) enfrentan una
considerable pérdida de minerales. La falta de movimiento y ejercicio
físico impide su correcto desarrollo muscular y les hace engordar más
rápido. Estos factores en combinación les provocan osteoporosis y
múltiples fracturas en sus patas. Millones de gallinas quedan
paralizadas y mueren de hambre y sed a tan sólo centímetros de su comida
y del agua.
La vida útil de las gallinas según la industria es de aproximadamente
dos años. Luego de este lapso son enviadas al matadero y a la
procesadora para elaborar pastas para embutidos y caldos. Estas aves en
condiciones naturales podrían vivir 15-20 años.
En la industria del huevo se seleccionan a las hembras, que son
quienes ponen huevos. Los machos, al no tener valor comercial (son de un
tipo diferente al que se utiliza para engorde), son desechados por la
industria hacia diferentes destinos. Algunas empresas los trituran o
entierran vivos, otras los comercializan en ferias como ‘mascotas’ y
otras simplemente los abandonan en basureros.
Según datos de la Unión Nacional de Avicultores, México genera cerca
de 2,5 millones de toneladas de huevo por año. El consumo per cápita
nacional aumentó en un 90 por ciento de 1990 a 2012 (11.9 – 22.4 kilos)[2]. Pero la población mexicana sólo aumentó en menos del 40 por ciento en ese lapso[3].
Es decir, hay más habitantes y cada habitante consume más huevo. Y peor
aún, 9 de cada 10 huevos que se venden en el mercado son de producción
industrial.
Por año mueren más de 100 millones de aves víctimas de esta
industria, es decir, una cifra similar al número total de habitantes
humanos en el país.
Sea por influenza aviar, sea por nacer machos, sea por perder el
valor comercial o sea por las condiciones en que son criadas, lo cierto
es que la causa fundamental del martirio y muerte de estas aves es el
consumo humano de sus productos.
Un perjuicio adicional y que tiene severas implicaciones ambientales
es la excesiva generación de desechos por parte de las granjas. Heces y
orina de aves son responsables del 64 por ciento de las emisiones
antropógenas de amonio[4], las cuales contribuyen significativamente a la lluvia ácida y a la acidificación de los ecosistemas.
La mejor solución ante esta problemática animal, ambiental, social y
sobre todo moral, es sin duda la disminución total o al menos parcial en
el consumo de huevo.
Existe una creencia generalizada acerca de que el huevo es un
alimento ‘útil’ en la nutrición humana. Para que ésta sea cierta, es
preciso que no sea industrializado y que se prepare cocido, ya que al
comerlo crudo o frito no se aprovechan bien sus propiedades.
Para las gallinas sus propios huevos (sin fecundar) no son útiles, pero su vida y su libertad son únicas.
@IsraelArriola
[2] Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación. SAGARPA www.sagarpa.gob.mx
[4] “La larga sombra del ganado”. FAO, 2006. http://www.fao.org/docrep/011/a0701s/a0701s00.htm
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