domingo, 25 de septiembre de 2011

Rituales satánicos en Huesca, de José María Fuixench

José Mª Fuixench Naval

¿Sorprendidos? ¿Se han llevado las manos a la cabeza pensando en sus hijos? ¿Creen que se han establecido en la ciudad ritos llegados de países lejanos? Pues no, lo son del nuestro, y muchos de ustedes que lo están leyendo, los vitorean.

Llegan las fiestas y se repite la liturgia. El ruedo es el templo. Desde el aire representa al sol y en su arena sangre de puyas, arpones, estoques y puntillas elevan a sublime el sacrificio de la bestia. El jinete la apuñala con el rejón de castigo. Intencionadamente lo quiebra por su muesca para que quede insertado en el cuerpo mientras dura el festejo; una daga con ambos filos aserrados que rasgan la carne en cada movimiento. Pero los acólitos de la fiesta mantienen que no es un acto maligno; que es belleza.

En la habitación del hotel, ustedes, los “diestros”, montan sus capillas para una extraña limpieza del alma. ¿A qué vírgenes y santos elevan sus oraciones antes de ejecutar una faena con todos los ingredientes de un ritual satánico? ¿Tan hipócritas creen que son sus dioses y santos de estampita? Ellos proclaman el triunfo de la humildad y la compasión, mientras ustedes exhiben chulescos desplantes en un espectáculo que desangra la razón.

¿Tienen la conciencia tranquila al rezar antes de matar por arrogancia? Permítanme decirles que para matar así resulta difícil tener conciencia; sólo los psicópatas disfrutan con el sufrimiento. Ustedes podrían alardear de la misma valentía sin herir, debilitar y llevar a la agonía, pero necesitan oler el vaho de la sangre caliente para sentirse viriles.

La sensibilidad con los animales es inherente a la bondad de carácter. La crueldad con ellos, revierte de la misma manera.

Es indudable que se necesita valor para encerrarse con un astado, nadie lo niega, pero es un valor tan marginal como la ley que protege a los animales del maltrato, con la excepción de los toros.

Los taurinos piden respeto y libertad para disfrutar de su “fiesta”, pero a los animales sólo les ofrecen la dictadura de un ruedo sin más escapatoria que pasar por el acero. Por ello el submundo taurino es un arte camuflado como la hoja del rejón; sus filos dentados para desgarrar deberían desgarrar también las conciencias de quienes lo permiten y quienes lo aclaman, pero como en éste, una coloreada envoltura de papel lo enmascara a los ojos de la estupidez. Las corridas de toros son celebraciones revestidas de hipocresía, y los argumentos de sus seguidores, un sumario de cinismo.

En las tardes laurentinas el graderío oscense vuelve a arder con primitivas pasiones al ver a sus héroes: pero la belleza, el arte o la cultura son incompatibles con la crueldad.

Maestros, ¿dónde está su piedad cristiana? ¿La sienten al ensartarle ese variado repertorio de hierros en vivo?

¿Alguien ha tenido en la mano los instrumentos que utilizan estos “devotos” sin conmoverse? ¿Disfrutan desde las gradas al escuchar los gemidos de un animal agonizante? Desde luego resulta curiosa su manera de entender la “gloria”.

Ya estamos inmersos en las fiestas del santo patrón, pero… ¿y ustedes, señores del tendido, con qué cara entrarán luego en un templo cristiano si allí se predica la misericordia?

Las religiones, como los toros de la plaza, vienen en lote completo. La coherencia también.

Que tengan un buen San Lorenzo.


Publicado en el Diario del Alto Aragón, 11 de agosto de 2011, sección Tribuna Altoaragonesa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario