domingo, 17 de julio de 2011

Clamando en el desierto contra el abandono de animales

Hay gente que abandona, gente que deja todo tipo de perros y gatos en la calle a su suerte. Una suerte que casi siempre acaba siendo mala.

Gente que casi en su totalidad duermen todas las noches a pierna suelta sin preocuparse por la mala suerte que habrá corrido su abandonado.

Seguro que han pasado hambre por unas horas. Saben lo que es esa sensación y a poco que quisieran podrían imaginar el hambre dolorosa del que pasa días sin comer en condiciones.

Seguro que han experimentado dolor alguna vez. Un hueso roto haciendo deporte. Un corte accidental. A poco que quisieran podrían imaginar lo que es el dolor de un atropello, de una paliza, de una caída que te parte hasta el alma.

Seguro que se han sentido solos alguna vez. De niños, perdidos, sin localizar a sus padres en la multitu. O adultos, en casa, con la soledad cerniéndose sobre ellos como una mala profecía. A poco que quisieran podrían imaginar lo que es verte desamparado, desorientado casi hasta la desesperación, lejos para siempre de aquellos que eran tu única promesa de seguridad.

Y luego hay gente que es capaz de imaginar todo eso. Gente que jamás abandonaría a un animal con el que hubiera adquirido un compromiso. Gente que entiende de verdad lo que significa responsabilizarte de un ser vivo.

Gente que cuando ve esos animales abandonados no puede mirar hacia otro lado. Gente que se complica la vida acogiéndoles, buscándoles un hogar, que aunque suponga dinero, pérdida de energía, discusiones familiares… hace lo que puede para poder seguir mirándose al espejo.

Gente que a ocasiones lo único que puede hacer es dar agua, sombra, caricias y alimento y sigue su camino dejando atrás a ese animal.

Gente que cuando sigue su camino jamás deja del todo atrás estos rostros animales e incluso en la distancia hace lo que puede por ellos.

Gente que de no poder abarcar todo lo que se encuentra a veces se traiciona a sí misma mirando hacia otro lado.

Recuerdo a un voluntario de una protectora que me contaba que cuando iba en coche daba largos rodeos para evitar polígonos industriales y que por determinadas zonas iba sin separar la vista del frente para no ver esos animales que se le quedarían grabados para siempre en la memoria.

Y se sienten culpables. Culpables ellos que no pudieron ayudar más cuando los que abandonaron no experimentan ni una pizca de culpa.

Yo vi a este perro ayer en Getafe en la calle de las Islas Antípodas. Perdido o abandonado. Probablemente lo segundo. Un precioso bóxer blanco joven y amigable. Aún en buen estado. No quería separarse del parque en el que estaba. Tal vez la zona en la que le abandonaron o se perdió o localizó el último rastro familiar.

Y me siento culpable por haberlo dejado allí. Y no se me olvidará en la vida. Y ojalá alguien que lea este post quiera acercarse, buscarlo y acogerlo. Sigo empeñada en creer en los milagros.

O al menos ayudarme a difundirlo y a difundir mi rabia.

Por que me da la sensación de que llevo años clamando en el desierto.

http://blogs.20minutos.es/animalesenadopcion/2011/07/11/clamando-en-el-desierto/

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