jueves, 17 de junio de 2010

Mate usted su propia vaquilla, artículo del abogado Manuel Molina







MANUEL MOLINA DOMÍNGUEZ (*) Esta vez ha sido en Alhaurín el Grande, bonito municipio malagueño. Aunque podría haber sido en cualquier otro lugar. Durante unos festejos populares, unas docenas de energúmenos –bebidos o no– han saltado al ruedo y se han liado a garrotazos, patadas y hasta puñetazos con una vaquilla hasta reventarla. Hay un video circulando por ahí que da idea del gratificante espectáculo. La gracieta ha sido denunciada públicamente por varias asociaciones de esas llamadas despectivamente "animalistas". En las imágenes puede apreciarse tanto el "amable" tratamiento administrado por los "valientes" mozos, como el momento en que el animal es arrastrado desangrándose después de la mortal paliza. Lo más llamativo es que, según fuentes del Ayuntamiento, la muerte sobrevino por el choque de las cabezas de dos vaquillas entre sí. (¡Claro! –caigo en seguida– ¡si es que van como locas!). Sin embargo, los hechos descritos también fueron repudiados por parte del público que llenaba la plaza y pudo presenciarlos, en vivo (mientras el bicho aguantó la manta de palos, se entiende) y en directo.
Es decir, otra vez más de lo mismo. Vamos a divertirnos vapuleando a un animal que ha sido criado para eso. Un ser que –como no es humano y es muy robusto– probablemente ni siente ni padece. Pues claro que sí. Quizá sea esa la idea. Basta de hipocresía. Adquiramos cada uno nuestra propia vaquilla para martirizarla en la comodidad de nuestro hogar. Y si nuestra vivienda tiene pocos metros cuadrados, sustituyamos la vaquilla por algo más manejable: no sé, un cordero, por ejemplo. (Para estudios con cocina americana, bastaría un conejo o un pollo; no seamos demasiado ambiciosos). Pero lo importante es vapulearlo bien. Y siempre de forma tradicional: con palos, saetas o lanzas. Sin estridentes moderneces. Y sin descuidar tampoco el aspecto lúdico ni, por supuesto, la faceta cultural. Pero tampoco dejemos que el individualismo nos ciegue: para las verbenas de cada barrio, de común acuerdo, podríamos comprar un animal más grande –por ejemplo, un caballo– para despanzurrarlo vivo entre todos (en ese caso podría subvencionarse por la Administración, en la medida de sus posibilidades). E, incluso, ya en cada comunidad de propietarios, podríamos comprar a escote entre todos los vecinos algún otro espécimen de dimensiones más modestas –¿un gorrino?–, para apedrearlo mientras lo hacemos correr por la zona comunitaria o aceras adyacentes. ¡Que gran diversión para los niños! (Se me ocurre que en las comunidades de postín podría adquirirse algo más glamuroso –como un avestruz– y los vecinos podrían tratar de prenderle fuego a distancia lanzándole pequeñas antorchas de diseño).

Y si se le pasa a usted por la cabeza criticar esa u otras masacres populares como la mencionada al inicio, ni se le ocurra comerse nunca un bistec (ni un filete de mero). Aunque sea de los que considera que los humanos podemos comer carne de animal (igual que otros animales se comen entre sí desde el principio de los tiempos); y aunque opine usted que la cuestión es no martirizar a los animales de forma innecesaria, procurando que –incluso en las granjas– el trato que reciban sea digno hasta su propia ejecución. Porque –aún así– estará usted deslegitimado de por vida para criticar, por ejemplo, las corridas de toros. (Y tampoco coma ensaladas, so pena de ser tildado burlonamente de maltratador de verduras y hortalizas).
No. A ojos de los puristas de las tradiciones mas cañís, usted solo puede criticar las corridas de toros, los correbous, los lanzamientos de cabras vivas desde campanario, los toros alanceados (consulten lo que es buceando en youtube, si no lo han visto nunca y se atreven), y, en fin, tantas alegrías que la cultura popular nos procura; solo puede usted hacerlo –como digo– con plena legitimación moral si se alimenta única y exclusivamente de productos que nunca hayan estado vivos, como por ejemplo, motas de polvo.
Y, por supuesto, si a pesar de todo es usted un temerario que se atreve a criticar la llamada "fiesta nacional" por su intrínseca crueldad (aunque le traigan al fresco otras consideraciones sociopolíticas) no se librará del sambenito de radical y antipatriota (algo que deberá tener muy en cuenta, sea lo que sea lo que el patriotismo signifique para usted). Porque asuma que en este país –tan dado a mezclar churras con merinas– no puede ser usted español si abomina de la "fiesta"; ni tampoco independentista catalán (por ejemplo) si es aficionado taurino. Como si la política o los nacionalismos tuvieran algo que ver con la crueldad hacia los animales.

En fin, ¡que lástima que ya no exista el circo romano, con sus sacrificios de cristianos, sus luchas a muerte entre gladiadores a punta y filo de espada, fieras contra hombres, fieras contra fieras, hombres contra hombres, etc.! –O tempora, o mores!– Su fin supuso, sin duda, la decadencia de Occidente. Menos mal que en ciertos pueblos y ciudades algunos velan día y noche por la pervivencia de nuestra cultura más ancestral. Que alivio.

(*) Abogado


http://www.diariodemallorca.es/opinion/2010/06/10/mate-propia-vaquilla/577663.html

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