sábado, 27 de marzo de 2010

La piel de toro, de José María Fuixench Naval

Con motivo de la manifestación antitaurina que se celebrará mañana en Madrid, recuperamos y publicamos un artículo de José María Fuixench, que tan amablemente nos ha facilitado y que le agradecemos profundamente.


San Lorenzo está en las puertas. Las fiestas estivales se diseminan por los cuatro puntos cardinales de la piel de toro, y como no se concibe de otro modo en esta España de las tradiciones, ya se vitorea la fiesta nacional al son de los clarines.

Vivas y olés reverberan en los tendidos. Diestros que arriman sus pases templados y rematan las faenas en tardes de gloria. Muletas que peinan la arena en cosos colmados de ambiente de euforia, y maestros que aman al toro hasta la muerte. Es la grandeza de un amor incomprensible. Demasiado incomprensible.

Sorprende la escasa objetividad de los incondicionales, con los sempiternos argumentos banales que debemos lidiar los que estamos al otro lado de los ruedos: Que no lo comprendemos; la cordura me dice que es mejor no comprender las salvajadas. Que no sufren; por absurdo, nada que añadir. O que es una tradición ancestral; también lo era el derecho de pernada.

Estaría bien que quienes ensalzan la valentía de los toreros salgan también del burladero y admitan su único argumento razonado: Que disfrutan con el sadismo de ese matador doblegando con crueldad la representación de la bravura; con el morbo zaino de la sangre en una aclamación del machismo llevado al extremo, donde todos los ademanes exaltan la prepotencia de ese macho de luces, en un ritual que enfrenta a la inteligencia con engaños, contra la bestia. Para mayor humillación, los trofeos son las orejas y el rabo.

No dudo que el toreo tenga su “arte”, pero si para eso hay que matar así, me parece un arte despreciable. El maltrato, sea a personas o animales, es una actitud que debería estar marginada. Sin embargo, se aplaude en el lamentable espectáculo del festejo nacional.

Cada vez pedimos más derechos y respeto, y aquí se desprecia la vida con una estocada al sentido común. El disfrute con el castigo, con el sufrimiento de un ser hasta la agonía, es una aberración de la conciencia. Y en estas fiestas, treinta animales serán sacrificados de esta forma por puro divertimento laurentino.

Una especie que se denomina a sí misma “sapiens” después de tres millones de años de evolución, tal vez debería tomar la alternativa con otro apelativo, pues sacar a hombros a un sujeto por haber masacrado a un animal inocente ante el “respetable”, por muy astado que fuere, está más cerca de una tribu primitiva, que de una sociedad civilizada.

¡Felices fiestas!

Publicado en el Diario del AltoAragón, 8 de agosto de 2007

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