Por amor propio, practico la norma fundamental de toda religión y gente de bien: “Amar al prójimo como a ti mismo”, para suscitar en lo posible una actitud recíproca, sin que esto excluya precauciones contra quienes, por su maldad, locura o enfermedad, puedan intentar dañarme. Ese amor al prójimo incluye, proporcionalmente, a las otras especies “prójimas”, próximas.
Las encuestas recientes han confirmado el sentido común: el tratar con crueldad a los animales incita a ser cruel con las personas. De ahí mi indignación contra esos indignos parlamentarios que acaban de negarse a considerar siquiera lo evidente: que el maltrato a los animales, prohibido por las leyes, incluye las torturas tan fuertes e innecesarias como las corridas de toros. Ya lo dice el conocido lema: “Cruel con toros, cruel con todos”. Así nos tratan también tan mal a nosotros esos pésimos ‘representantes nuestros’, entre los que el grupo favorable a la tortura de toros, muy bien organizado, es muy superior al de los que se oponen a esta barbarie.
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