domingo, 11 de enero de 2009

Los Espejos

http://www.liberaong.org/nota_actualidad.php?id=800

05/01/2009

Autor: Xavier Bayle


Desde el día 29 de diciembre del recientemente rebasado 2008, hasta el 31
de diciembre se llevó a cabo en Cracovia una protesta a las puertas de una
franquicia de la empresa Simple, una red de comercios con capital del
italiano Gino Rossi que venden harapos de moda de última tendencia. La
protesta se enmarcaba en la campaña llevada a cabo junto con la
organización animalista "Viva!" desde hace un año y medio en Polonia, y el
motivo de ella no es tanto la frivolidad que supone el desperdicio de
materia y energía para el orgullo y la vanidad en un planeta donde
cuarenta mil niñas mueren de hambre a diario, sino el hecho de que un dos
por ciento del material de confección de las prendas comprende algo que no
es tela convencional sino pellejos arrancados a tirones de animales como
visones, zorros o nutrias. Lo que comúnmente denominamos "pieles
naturales".

Tres días gritamos, dialogamos con las transeúntes, mostramos mensajes e
imágenes acerca de la perversión del uso de animales para vestimenta,
repartimos 7000 folletos, deambulando algunas 10 horas al día a
temperaturas de hasta 5 grados bajo cero. A ello le sumo la huelga de
hambre (testimonial, me apercibo), que mantuve durante esos tres días en
repulsa al asesinato de sesenta millones de seres sintientes que la
industria de la moda comete para enriquecerse. Como tantas veces, sacamos
los espejos a la calle, para mostrar a cada una su imagen. A muchas les
gustaba lo que veían, a otras no.

No es difícil imaginar cuán profundo estudio antropológico y conductista
puede una realizar cuando mantiene contacto directo durante tanto tiempo
con la ciudadanía llana. En ese espacio de tiempo numerosas idiotas se
enganchan como mierda fresca a sus argumentos bíblicos del dolor de la
lechuga al ser cortada o se extravían en los pretextos del carnivorismo
(el cual mata más millones de animales que su abuso para pieles), como si
fuera lo mismo comparar un lujo evidente como la vanidad con un lujo menos
evidente como la gula.

Fueron tres días agotadores, donde mantuvimos conversaciones con gente de
todo tipo, teólogos franciscanos detractores a ultranza del aborto,
historiadoras con ciertas tendencias caníbales, decrépitas hooligans de
dios en el felpudo de entrada de la muerte, gárrulas alcohólicas,
listillas de paso, imbéciles de me quedo, fiesteras profesionales,
pensadoras aficionadas, policías desconcertadas, turistas ególatras en
pleno proceso digestivo,. el abanico de la estupidez abarcó mucho más que
ciento ochenta grados. Aunque se obtuvo también el apoyo y el calor de
cientos de personas.

El uso y la adquisición de pieles es, de unos siglos a esta parte,
claramente una declaración flagrante de complejo de clase, lo mismo que la
compra de animales "de raza", o "mascotas exóticas", que sólo la
ignorancia y la insufrible autoestima pueden incitar a adquirir, siendo
como es una suerte de exclusividad en la tortura. Las peleterías son
lugares donde infradotadas con el suficiente misérrimo coeficiente
intelectual y la suficiente bajeza ética como para mercar vestimentas
hechas con despojos de animales electrocutados, gaseados, matados a palos,
desnucados o despellejados vivos, gastan el dinero que ganaron
prostituyéndose a sus maridos o a cualesquiera otros clientes ocasionales.
Ello todo engarzado con el delicado diamante de la bobería. El cual no
solamente está presente en los arrabales peleteros, por cierto.

Porque en el fondo de la superficie y en la superficie del fondo, el
problema de la sociedad, de todas ellas, es el cretinismo. Y la tendencia
del cretinismo, al menos en lo que respecta a la eterna dicotomía animal
humano versus animal no humano, es -no debemos eludirlo-, también por
ejemplo el bienestarismo, bien sea de los animales asesinados para pieles,
para plato, para cosméticos o para cualquiera de los caprichos que la
sociedad adolece. También durante los tres días pareció pesar el trato a
los animales no humanos más que el hecho de su muerte.

¿Qué persigue la apología de la muerte humanitaria?, de la muerte
higiénica, rápida e incluso -en el colmo de la ingenuidad-, indolora,
efectiva hasta tal punto que pudiera llegar a ser agradable morir. Qué fin
realmente persigue la humanización de la muerte de los animales no
humanos. ¿Acaso ayudar a morir sin tragedia a los seres condenados por su
sabor o ayudar a dormir con tranquilidad las conciencias displicentes de
la civilización contemporánea?. ¿Es la muerte humanitaria piadosa o
simplemente cosmética?. Si acaso le preguntan a los millones de animales
-humanos y no-, que son asesinados en el mundo, por culpa del lujo y la
gula, de la "justicia" -otro modo de llamar a la venganza- y la vanidad,
en cárceles y granjas, en guerras y dictaduras, en mataderos, laboratorios
o donde quiera que se cobre el ser humano sus holocaustos y sus muertas
colaterales, si le preguntan a los animales "humanitariamente",
diariamente, horariamente despellejados, fusilados, electrocutados,
degollados, mutilados, asesinados. qué alternativa prefieren, si la lenta
agonía o la rápida consecución de su "destino", todos, unánimemente
escogerían la vida.

Todos, unánimemente escogerían la vida.

El animal no humano no sufre ataques de dignidad herida, de orgullo
dañado, de honor mancillado, tanto como no tiende a la fría venganza, al
mal aleatorio o indiscriminado, a la búsqueda de la gloria ( ni personal
ni colectiva, tan denigrantes la una como la otra ), él prefiere el sabor
de la carrera o de la fruta fresca, el olor natural de sus congéneres, el
sentir puro de la vida. Entonces el animal no humano nos demuestra mucha
más inteligencia que nosotras, porque si bien es cierto que no tiene
música ni bibliotecas, tampoco disfrutan como ciertas gentes de bombas
nucleares ni exterminios raciales por el petróleo. Y en todos casos, en
primera y última instancia, puede llegar a sufrir la música y los libros
(muchos instrumentos fabricados y volúmenes forrados con cueros y
tripas), las bombas y el afán de petróleo. Los animales humanos son
ciertamente mejores, y la verdadera evolución humana será aquella
encaminada a regresarnos a la perdida animalidad.

El ser humano sólo resulta grande desde el punto de vista de las enanas. Y
ni Bergen-Belsen ni el matadero de local organizarían jornadas de puertas
abiertas.

Así que un primer paso podría ser que dejásemos de estar enamoradas de
nosotras, la tierra que pisoteamos nos vivificó para que la anduviésemos,
para que sus seres y sus estares coexistiéramos en armonía. La poesía no
es ya una excusa de belleza porque también el nazi Céline la escribía. ¿De
qué sirve defender el medio ambiente si comes animales, que fueron matados
además con sufrimiento?. Separad a la Naturaleza del contacto con el ser
humano y construiréis desierto. Un ejemplo es la ciudad.

Desde las ciudades se deciden la democracia de la mentira, las guerras, la
explotación inmisericorde y suicida que las mercaderes llaman recursos. El
agua de todo este planeta -azul gracias a ella-, está contaminada. Ya no
existe el agua pura, con sus sabores y características individuales, con
sus minerales y sus tonos propios de la zona, porque el polvo polutivo se
ha posado en ella, los metales pesados, las partículas volátiles del humo
negro la han ensuciado. Los acuíferos subterráneos de los continentes de
polo a polo están intoxicados hasta extremos de impotabilidad. La misma
tierra cultivable, prensada por el tracto constante de inmensas pesadas
maquinarias, se ha convertido en un mero soporte de miles de sustancias
sólidas, materias sintéticas, toxinas producidas en fábricas con el único
objeto de aumentar el rendimiento del suelo. Aparenta tierra fértil, pero
es sólo un vestíbulo del desierto. La vida, incalculable precio, cotiza en
bolsa y la ciudadanía está de acuerdo, se especula con el dolor de las
tribus desintegradas, la esclavitud de las trabajadoras de los países
expoliados, de las especies naturales en extinción, se rentabilizan las
habilidades de las faunas o las propiedades de las floras. Todo está a la
venta y a la compra, nada escapa al interés financiero del homo sapiens.
El mal ha perdido el control y se daña a sí mismo.

Sólo unas ciertas iluminadas, no más ni menos inteligentes que las
agresoras, más sensibles quizás, más desesperadas seguro, reaccionan,
discrepan, rechazan la desinformación y la inmisericordia, se enfadan y
protestan, con pequeña voz a veces porque la dimensión de la tragedia
jamás alcanzó las cotas que ahora superamos, con gran voz, ininteligible
aparentemente a la sordera humana de las déspotas del papel moneda, a las
idiotizadas que confían en los gobiernos corruptos, irresponsables,
genocidas y suicidas. Porque hay que actuar, porque donde acaba la palabra
comienzan los actos, que son los que transforman, no las palabras.

Es una lucha antigua del ser humano contra sí mismo, que se substrata
demasiado a menudo en complejos procesos intelectuales, sin embargo es a
través del corazón que el trayecto es más corto y lógico. Cuando una trata
de llegar a esos cerebros blindados a fuerza de desasosiego e indiferencia
la tarea se vuelve ardua y en ocasiones infructuosa, las circunvoluciones
de la masa cerebral contienen infranqueables recovecos donde los más
brillantes argumentos se extravían, por no añadir la ya primera dificultad
de una caja craneana sólida e impermeable, doblemente en según qué
individuas. La senda hacia el órgano cardíaco no obstante, es más natural
y fidedigna, el corazón aprende de la empatía y de la mutua no agresión,
siente los cambios, apresa los conceptos éticos sin dubitaciones ni
miedos. Hay que cultivar una cierta predisposición a ello, evidentemente,
pero los resultados (tanto en calidad como en longevidad), son
extraordinarios. Y el equilibrio con la naturaleza gana, garantizando
nuestra supervivencia. Tan sencillo como eso, la vida o la muerte.

Los animales no humanos y los humanos con ellos esperan que evolucionemos,
que rehagamos atrás el camino hasta la intersección en que nos extraviamos
por un sendero equivocado y escogimos el sentido del progreso despiadado
dejándonos llevar por la impiedad, por la ignorancia y las bajas pasiones,
con humildad, con noción, con consciencia del error para no repetir. Para
no necesitar sacar más espejos a la calle, para poder mirarnos en ellos y
no sentir vergüenza de lo que reflejan.

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